miércoles, 8 de febrero de 2012

PEDRO II EL MAGNÁNIMO, ÚLTIMO EMPERADOR DE BRASIL (II)

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Los intereses de Pedro II eran diversos e incluían antropología, geografía, geología, medicina, derecho, estudios religiosos, filosofía, pintura, escultura, teatro, música, química, poesía y tecnología. Siempre encontró placer en la lectura y descubrió en los libros un refugio. Su habilidad para recordar pasajes que había leído en el pasado era notable. Hacia el final de su reinado, había tres bibliotecas en el palacio de São Cristóvão que contenían más de 60 000 libros. Su pasión por la lingüística lo llevó a estudiar idiomas y era capaz de hablar y escribir no solo en portugués, sino también en latín, francés, alemán, inglés, italiano, español, griego, árabe, hebreo, sánscrito, chino, provenzal y tupí. Se convirtió en el primer brasileño que adquirió una cámara de daguerrotipo en marzo de 1840. Montó un laboratorio fotográfico en el palacio de São Cristóvão y otro de química y física. También construyó un observatorio astronómico en el palacio.
La erudición del emperador sorprendió a Friedrich Nietzsche cuando se conocieron. Victor Hugo le dijo: «Señor, eres un gran ciudadano, eres el nieto de Marco Aurelio», y Alexandre Herculano lo llamó «príncipe que la opinión general considera como el número uno de su era gracias a una mente dotada y a la constante aplicación de su don para las ciencias y la cultura.» Era miembro de la Royal Society, de la Academia de las Ciencias de Rusia, de las Reales Academias de Ciencias y Artes de Bélgica y de la Sociedad Geográfica Americana. En 1875 fue elegido miembro de la Academia de las Ciencias francesa, un honor que solo habían recibido otros dos jefes de Estado: Pedro, el Grande y Napoleón Bonaparte. Pedro II se carteó con científicos, filósofos, músicos y otros intelectuales. Se hizo amigo de muchas célebres personalidades como: Richard Wagner, Louis Pasteur, Alexander Graham Bell, Alessandro Manzoni, Alexandre Herculano y Camilo Castelo Branco, entre otros.

A finales de 1859, Pedro II abandonó la capital para viajar por las provincias del norte. Visitó Espírito Santo, Bahía, Sergipe, Alagoas, Pernambuco y Paraíba y volvió en febrero de 1860 tras haber estado viajando cuatro meses. El viaje fue un gran éxito ya que el emperador fue recibido calurosamente por todos los lugares por donde pasó.

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Los Emperadores de Brasil en visita oficial a Minas Gerais en 1861

La primera mitad de la década de 1860 vio un Brasil en paz y próspero. Las libertades civiles se mantuvieron pues Pedro II defendía con vigor la libertad de expresión, que existía desde la independencia de Brasil. Los periódicos nacionales y provinciales se convirtieron para él en un medio ideal para conocer la opinión pública y la situación general de la nación. Otro medio era el contacto directo con sus súbditos por lo que organizaba audiencias públicas los martes y los sábados. Cualquier persona, incluso los esclavos, podía ser recibida y presentar sus peticiones o contar su historia. También visitaba escuelas, prisiones, exposiciones, fábricas y cuarteles y aprovechaba estas apariciones públicas para recopilar información de primera mano.
Esta tranquilidad desapareció cuando el cónsul británico en Río de Janeiro, William Christie Dougal, se declaró dispuesto a provocar una guerra entre su país y Brasil. El diplomático, que creía en la diplomacia de cañonero, envió a Brasil un ultimátum abusivo tras dos incidentes menores ocurridos entre finales de 1861 y principios de 1862. El primero fue el naufragio de un navío inglés en la costa de Río Grande do Sul y el pillaje de sus bienes por los habitantes locales; el segundo fue el arresto de oficiales británicos borrachos que provocaron desórdenes en las calles de Río. El gobierno brasileño se negó a ceder y William Christie Dougal dio órdenes a los barcos de guerra británicos para que capturaran navíos mercantes brasileños como indemnización. La marina brasileña se preparó para un conflicto inminente y el emperador ordenó comprar material de artillería costera. Los acorazados y las defensas recibieron la autorización para abrir fuego contra cualquier navío británico que intentase capturar un barco brasileño. Pedro II dirigió la resistencia de Brasil y rechazó toda concesión. Esta respuesta fue una sorpresa para Christie, quien cambió de comportamiento y propuso una vía pacífica y de arbitraje internacional. El gobierno brasileño presentó sus argumentos y, al ver la posición del gobierno británico debilitada, rompió sus relaciones diplomáticas con Gran Bretaña en junio de 1863.

Mientras que continuaba la amenaza de guerra del Imperio británico, Brasil debía prestar atención a sus fronteras meridionales ya que comenzó en Uruguay una nueva guerra civil. Este conflicto interno vino acompañado del asesinato de brasileños y del pillaje de sus bienes en el país. El gobierno brasileño decidió intervenir por miedo a dar una imagen de debilidad ante los británicos. El ejército brasileño invadió Uruguay en diciembre de 1864 para llevar a cabo una breve campaña victoriosa que acabó el 20 de febrero de 1865.
Durante este tiempo, en diciembre de 1864, el gobernante paraguayo, Francisco Solano López aprovechó la situación para intentar conseguir que su país se convirtiera en una potencia regional. El ejército paraguayo invadió la provincia brasileña de Mato Grosso (actual estado de Mato Grosso do Sul) comenzando así la guerra de la Triple Alianza. Cuatro meses más tardes, las tropas paraguayas invadieron Argentina antes de atacar la provincia brasileña de Río Grande do Sul.
Consciente de la anarquía que reinaba en la región y de la incapacidad e incompetencia de los jefes militares para aguantar el empuje del ejército paraguayo, Pedro II decidió ir en persona al frente. Aunque el Consejo de Ministros y el Parlamento se negó. Tras recibir una opinión desfavorable del Consejo de Estado, Pedro II hizo la siguiente declaración: «Si se me impide ir allí como emperador, no se me puede impedir abdicar e ir como patriota voluntario.» Por eso, a los brasileños que se iban de voluntarios a la guerra se les conocieron como los «patriotas voluntarios», en homenaje a Pedro II. El monarca fue llamado popularmente «el voluntario número uno».

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"Patriotas Voluntarios" de la Guerra de la Triple Alianza

Pedro II abandonó la capital hacia el sur en julio de 1865. Llegó a Río Grande do Sul algunos días más tarde y prosiguió su camino por tierra. El viaje lo hizo a caballo y en carreta y, por la noche, el emperador dormía en una tienda de campaña. Pedro II llegó a Uruguayana, una localidad brasileña ocupada por el ejército paraguayo el 11 de septiembre. Cuando llegó, las tropas paraguayas fueron cercadas.
El emperador fue al asalto de Uruguayana con un fusil para demostrar su valor pero los paraguayos no le atacaron. Para evitar nuevos derramamientos de sangre, el emperador propuso al comandante paraguayo que se rindiera con condiciones honorables, cosa que aceptó. La coordinación de las operaciones militares por parte del emperador y su ejemplo personal jugaron un papel decisivo para permitir rechazar la invasión paraguaya. Antes de abandonar Uruguayana, el emperador recibió al embajador británico Edward Thornton, que le presentó públicamente disculpas en nombre de la reina Victoria por la crisis entre los dos imperios. Pedro II estimó que esta victoria diplomática sobre el país más poderoso del mundo era suficiente y restauró las relaciones amistosas entre las dos naciones. Volvió a Río de Janeiro y fue recibido como un héroe.

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S.M.I. Pedro II en una fotografía de 1865

Inesperadamente, la guerra continuó cerca de cinco años más. Durante este periodo, el emperador se dedicó en cuerpo y alma a continuar el esfuerzo de la guerra. Trabajó sin descanso en mantener y equipar las tropas para reforzar las líneas de frente y avanzar en la construcción de nuevos barcos de guerra. Al mismo tiempo, se esforzó en evitar disputas entre los partidos políticos para no perjudicar el esfuerzo militar. Su negativa a aceptar un resultado a corto plazo para conseguir una victoria total sobre el enemigo fue crucial para el resultado final. Su tenacidad acabó con la muerte de López en combate el 1 de marzo de 1870 y el final de la guerra.
Más de 50 000 soldados brasileños murieron en combate y el coste de la guerra representó once veces el presupuesto anual del gobierno. Sin embargo, el país era tan próspero que el gobierno pudo reembolsar la deuda de la guerra en diez años solamente. El conflicto estimuló la producción nacional y el crecimiento económico. Pedro II rechazó la propuesta de la Asamblea de erigir una estatua ecuestre con su efigie para conmemorar la victoria y prefirió utilizar el dinero para construir escuelas primarias.

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Don Luis Alves de Lima e Silva, Duque de Caixas


La victoria diplomática sobre el Imperio británico y la victoria militar sobre Uruguay en 1865, junto con el final feliz de la guerra con Paraguay en 1870, marcaron el inicio de lo que se denominó «edad de oro» y apogeo del Imperio brasileño. Los años 1870 fueron años felices en Brasil y la popularidad del emperador estuvo en su apogeo. El país realizó progresos en los ámbitos sociales y políticos y todas las capas de la sociedad se beneficiaron de reformas y del reparto de la creciente prosperidad. La reputación internacional de Brasil, tanto por su estabilidad política como por su potencial de inversión, aumentó considerablemente y el imperio fue considerado como una nación moderna. La economía conoció un rápido crecimiento y la inmigración estaba en expansión. Se empezaron a construir nuevas líneas férreas, nuevos medios de transporte y se extendieron otros inventos como el teléfono y el correo postal. Con la esclavitud destinada a desaparecer y otras reformas en proyecto, las perspectivas de progreso moral y material parecían inmensas.
En 1870, pocos brasileños se oponían a la esclavitud y eran aún menos los que se atrevían a decirlo abiertamente. Pedro II era uno de esos pocos y consideraba la esclavitud como una «vergüenza nacional». Además, el emperador no tenía esclavos. En 1823, los esclavos eran el 29% de la población brasileña, pero este porcentaje era del 15,2% en 1872. Sin embargo, la abolición de la esclavitud era un tema delicado en Brasil. Casi todo el mundo, del más rico al más pobre, tenía sus esclavos. Sin embargo, el emperador quería poner fin a la esclavitud de forma progresiva para atenuar el impacto de la abolición en la economía nacional. Fingió ignorar los daños crecientes que causaría a su imagen y a la de la monarquía su apoyo a la abolición.
El emperador no tenía el poder constitucional para intervenir directamente y poner fin a esta práctica. Tuvo que utilizar todos su poder para convencer, influenciar y obtener el apoyo de los políticos para alcanzar su objetivo. Su primer gesto público contra la esclavitud ocurrió en 1850, cuando amenazó con abdicar si el Parlamento no declaraba la trata atlántica ilegal.
Una vez que se prohibió la llegada de nuevos esclavos extranjeros, Pedro II abordó, a principios de los años 1860, el asunto de la esclavitud de niños nacidos de padres esclavos. La ley se redactó a iniciativa del emperador pero el conflicto con Paraguay retrasó la discusión en la Asamblea. Pedro II pidió públicamente la erradicación progresiva de la esclavitud en su discurso del trono en 1867 pero fue criticado fuertemente y su decisión fue considerada como un «suicidio nacional». Se le reprochó y se le hizo saber que «la abolición era su deseo personal y no de la nación.» Finalmente se aprobó el proyecto de ley y la ley de vientres libres fue promulgada el 28 de septiembre de 1871. Gracias a ella, todos los niños nacidos de esclavas tras esta fecha nacían libres.

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S.M.I. Pedro II en el Discurso del Trono (1872)


El 25 de mayo de 1871, Pedro II y su esposa salieron de viaje hacia Europa. Hacía mucho que el emperador quería viajar al extranjero. Cuando se enteró de que su hija pequeña Leopoldina había muerto a los 23 años en Viena debido a la fiebre tifoidea el 7 de febrero de 1871, tuvo una razón de peso para aventurarse a viajar fuera del imperio. Cuando llegó a Lisboa, se dirigió inmediatamente al palacio de Alvor-Pombal donde se reunió con su madrastra Amelia de Beauharnais. No se habían visto desde hacía 40 años y el reencuentro estuvo cargado de emoción.
El emperador visitó España, Gran Bretaña, Bélgica, el Imperio alemán, el Imperio austrohúngaro, Italia, Egipto, Grecia, Suiza y Francia. En Coburgo visitó la tumba de su hija. Este viaje fue para él «un momento de liberación y de libertad.» Viajó con el nombre de «Don Pedro de Alcántara», e insistió en ser tratado de forma informal y se conformaba con alojarse en hoteles. Se pasaba días enteros reunido con científicos y otros intelectuales con los que debatía. Su estancia europea fue un éxito; su actitud y su curiosidad le trajeron el respeto de los países que visitaba. El prestigio de Brasil y del emperador salieron reforzados durante su gira y cuando volvió a Brasil se ratificó la ley de vientres libres. La pareja imperial regresó triunfalmente a Brasil el 31 de marzo de 1872.

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El Emperador Dom Pedro II visita Gizeh en 1871

Poco después de su vuelta a Brasil, Pedro II tuvo que enfrentarse a una crisis inesperada. El clero contaba desde hacía tiempo con escasez de personal y el poco que tenía tenía problemas de disciplina y estaba poco instruido, lo que condujo a una pérdida del respeto hacia la Iglesia católica. El gobierno imperial llevó a cabo un programa de reformas para poner remedio a esos problemas. Como el catolicismo era religión de Estado, el emperador ejercía un control sobre esos asuntos como el pago de lo sueldos de los miembros del clero, el nombramiento de los sacerdotes y de los obispos, la ratificación de las bulas papales y la supervisión de los seminarios. Para que la reforma tuviera éxito, el gobierno nombró a obispos que satisfacían sus criterios de educación, que apoyaban sus reformas y la vuelta a los valores morales. Sin embargo, como los hombres más aptos comenzaban a escalar los puestos más altos de la jerarquía, empezó a sentirse un resentimiento contra el control gubernamental.
Los obispos de Olinda y Pará eran dos obispos de la nueva generación, de ese clero instruido, de celosos religiosos brasileños. Estaban influidos por el ultramontanismo, que se propagaba dentro del catolicismo de la época. En 1872, ordenaron que los francmasones fueran expulsados de las cofradías de hermanos legos. Aunque la francmasonería europea tenía tendencia a preconizar el ateísmo y el anticlericalismo, las cosas eran bastantes diferente en Brasil donde las órdenes de masones eran legión, aunque el emperador no formaba parte de ninguna de ellas. El gobierno intentaba persuadir a los obispos para anular su decisión, pero se negaron y fueron llevados ante la Corte Superior de Justicia. En 1874, fueron condenados a cuatro años de trabajos forzados, que el emperador transformó en una pena de prisión. Pedro II jugó un papel decisivo ya que apoyó sin dudar las decisiones del gobierno.
Pedro II era un partidario ferviente del catolicismo, ya que consideraba que aseguraba los valores importantes de la civilización y del civismo aunque era bastante ortodoxo en cuanto a la doctrina, se consideraba libre para pensar y para actuar. El emperador aceptó las nuevas ideas, como la teoría de Charles Darwin sobre la evolución y destacó que «las leyes que él [Darwin] ha descubierto glorifican al Creador.» Era moderado en sus creencias religiosas, pero no podía aceptar la falta de respeto a la ley civil y a la autoridad de gobierno. La crisis se resolvió en septiembre de 1875 cuando el emperador decidió acordar una amnistía completa a los obispos y anular sus órdenes de expulsión. La principal consecuencia de la crisis fue que el clero no vio ninguna ventaja en apoyar a Pedro II. Dejaron de apoyar al emperador y esperaron a la llegada de su hija mayor y heredera, Isabel, por sus ideas ultramontanas declaradas.

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El Emperador Dom Pedro II en un lienzo de 1875

El emperador salió nuevamente de viaje al extranjero, esta vez a los Estados Unidos. Estuvo acompañado por Rafael, su fiel sirviente, que lo había criado desde la infancia. Pedro II llegó a Nueva York el 15 de abril de 1876 para, a partir de ahí visitar el país. Visitó San Francisco, Nueva Orleans, Washington y Toronto en Canadá.  El viaje fue un «gran triunfo», Pedro II causó una gran impresión en el pueblo norteamericano por su sencillez y su bondad. También atravesó el Atlántico y visitó Dinamarca, Suecia, Finlandia, Rusia, el Imperio Otomano, Grecia, Tierra Santa, Egipto, Italia, el Imperio Austrohúngaro, el Imperio Alemán, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos, Suiza y Portugal. Volvió a Brasil el 22 de septiembre de 1877.
Sus viajes al extranjero tuvieron un profundo impacto en el emperador. Se liberó de las restricciones impuestas por su función. Bajo el pseudónimo de «Pedro de Alcântara», pudo desplazarse como una persona normal y llegó incluso a viajar en tren solo con su esposa. Era únicamente en estas giras en el extranjero cuando el emperador podía abandonar la existencia formal y las exigencia de la vida que tenía en Brasil. Sin embargo, le era más difícil volver a su papel de jefe de Estado cuando volvía a Brasil. En cuanto murieron sus hijos, su fe en el futuro de la monarquía se desvaneció. Sus viajes al extranjero le creaban un profundo resentimiento hacia el cargo de tanto peso que le fue adjudicado siendo solo un niño de cinco años. Como había entendido que no tenía ningún interés en conservar el trono para la próxima generación, no había necesidad de mantenerlo durante el resto de la vida que le quedaba.

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