Representación de la Princesa Doña Juana
Comprendiendo los defensores de Juana que sus fuerzas eran inferiores a las de Isabel, pidieron al rey portugués Alfonso V que defendiera el derecho de su sobrina Juana, y le propusieron que se casara con ella, con lo que vendría a ser también rey de Castilla. Alfonso aceptó y dirigió a Isabel y Fernando una manifestación, exigiéndoles que renunciaran a la corona en favor de Juana si querían evitar las consecuencias de la guerra, y, pasando la frontera con 1.600 peones y 5.000 caballos, avanzó por Extremadura. Llegó a Plasencia, donde se le incorporaron el marqués de Villena y el duque de Arévalo, y allí se desposó el 25 de mayo de 1475 con Juana, a la vez que dirigía mensajeros a Roma solicitando la dispensa del parentesco que entre ellos mediaba.
Enseguida se proclamó a los desposados reyes de Castilla, y se expidieron cartas a las ciudades, exponiendo el derecho de Juana y reclamando la fidelidad de estos. Juana, en dichas cartas, expedidas por el secretario Juan González, asegura que Enrique IV en su lecho mortal declaró solemnemente que ella era su única hija y heredera legítima.
Juana trató de evitar la guerra civil, proponiendo que el voto de las Cortes de Castilla resolviera la cuestión del mejor derecho.
De nada sirvieron estos buenos deseos. Fernando e Isabel hicieron preparativos para rechazar por la fuerza al portugués. Éste cometió la torpeza de permanecer inactivo en Plasencia y Arévalo, dando a sus contrarios tiempo para reunir en el mes de julio a 4.000 hombres de armas, 8.000 jinetes y 30.000 peones.
Rompieron las hostilidades en varios puntos de la península. Alfonso V, saliendo de Arévalo, se apoderó de Toro y Zamora. Fernando se presentó delante de Toro con las milicias de Ávila y Segovia, mas, bien pronto hubo de emprender la retirada, que fue desordenada y desastrosa. En cambio los plebeyos castellanos, vasallos de Juana, servían con repugnancia bajo las banderas portuguesas, y los nobles que apoyaban a la hija de Enrique IV tuvieron que hacer bastante para defender sus territorios de Galicia, Villena y Calatrava contra los partidarios de Isabel. Numerosos escuadrones de caballería ligera extremeña y andaluza causaban la más espantosa desolación en las tierras de Portugal fronterizas de Castilla y los nobles portugueses se quejaban en alta voz de estar encerrados en Toro cuando en su propio país ardía la guerra.
En Toro tenía Juana su corte con gran magnificencia, y, al decir de sus parciales, desplegaba grandes cualidades de reina, aunque solo tuviera entonces trece años. Alfonso V, sin embargo, hubiera renunciado a sus pretensiones a la corona, recibiendo en cambio el Reino de Galicia, las ciudades de Zamora y Toro y una considerable suma de dinero; pero Isabel, que consentía en lo último, se negó a ceder un solo palmo de terreno.
Fiel a ésta la ciudad de Burgos, fue preciso, no obstante, que Fernando sitiara el castillo de la misma guardado por Íñigo de Zúñiga, partidario de Juana. Alfonso V se puso en marcha para socorrerlo, pero después de tomar Baltanás y Cantalapiedra, decidió retroceder por no alejarse demasiado de la frontera portuguesa. Abandonada a su suerte, la guarnición juanista del castillo de Burgos se rindió a Alfonso de Aragón, hermano de Fernando el 28 de enero de 1476.
Fue el punto de inflexión de la guerra civil, puesto que la quiebra del prestigio de Alfonso desencadenó la disolución del partido de Juana en Castilla y las deserciones de los soldados portugueses quienes, sin voluntad de continuar al servicio del rey, regresaron a Portugal. A pesar de las cartas de auxilio militar enviadas por Alfonso a los grandes nobles juanistas que habían solicitado su intervención en Castilla, ninguno se mostró disponible, incluso el poderoso marqués de Villena, Diego López de Pacheco. De todos los Grandes de Castilla partidarios de Juana, solo Alfonso Carrillo (arzobispo de Toledo) estará al lado del rey portugués en el día de la batalla de Toro.
Del sitio de la fortaleza de Burgos pasó Fernando en diciembre a Zamora, cuyos habitantes volvieron a la obediencia de Isabel y cercaron a la guarnición portuguesa en la fortaleza. Por su parte, Alfonso V, después de recibir en Toro las tropas de refuerzo de su hijo Juan a finales de enero de 1476, puso cerco al ejército de Fernando que quedó encerrado en Zamora a mediados de febrero.
Estandarte de Alfonso V como Rey de Portugal y de Castilla
Diseño: Brian Boru
En 1 de marzo de 1476, tras dos semanas de lluvia y frío, el ejército portugués levanta el sitio a Zamora con la intención de invernar en Toro. Fernando lo siguió y alcanzó cerca de Toro, donde ambos ejércitos, con aproximadamente 8.000 hombres cada uno, se dispusieron en formación de combate.
En la Batalla de Toro, mientras el rey portugués fue derrotado, su hijo, el príncipe Juan, después Juan II de Portugal, venció con sus huestes al ala derecha castellana, e iniciando la recogida de los fugitivos de las fuerzas del monarca lusitano.
Pero a pesar de su resultado incierto, las consecuencias políticas de la batalla de Toro sellaron la victoria de Isabel, que hizo proclamar heredera de Castilla a su hija en las cortes de Madrigal-Segovia (abril-octubre de 1476). Se entregó a Fernando el Castillo de Zamora el 19 de marzo de 1476; hicieron lo mismo Madrid y todas las plazas del centro del reino; el duque de Arévalo, el maestre de Calatrava, su hermano, que era conde Ureña, y otros muchos nobles.
Ante tales noticias, el partido de Juana se desintegró y el portugués, sin base de apoyo, acabó regresando a su reino. Para Juana era el fin del sueño.
Después de la batalla de Toro, Alfonso V, aunque despojado de todos sus aliados castellanos, que acabaron reforzando las huestes de Isabel, se mantuvo con el grueso de las fuerzas portuguesas en Castilla durante tres meses y medio (hasta el 13 de junio 1476), manteniendo capacidad operacional y lanzando varios ataques en la zona de Salamanca y más tarde alrededor de Toro.
Campos de Toro coronados por su famosa Colegiata
Foto: Joergsam
Incluso, poco después de la batalla, en abril de 1476, el ejército portugués organizó dos grandes operaciones militares para capturar, primero al propio rey Fernando (durante el cerco de Cantalapiedra) y después, a la reina Isabel (entre Madrigal y Medina del Campo).
Mientras el príncipe Juan retornaba a Portugal en los primeros días de abril de 1476, más de un mes después de la batalla, con una pequeña parte de las tropas portuguesas (400 jinetes), para supervisar la defensa de la cada vez más flagelada frontera portuguesa, su prima Juana permanecía en su corte de Toro.
Sin embargo, la estrategia de los Reyes Católicos, que tenían el tiempo y los recursos combinados de Castilla y Aragón a su favor, comenzaba a producir sus frutos: el perdón negociado con los nobles rebeldes, el asedio de las fortalezas juanistas, la terrible presión militar sobre las tierras fronterizas portuguesas, cuyas fuerzas se encontraban en Castilla, y finalmente, el comienzo de la guerra naval, para atacar la fuente del poder y financiamiento de Portugal (su imperio marítimo y el oro de Guinea).
Además, Alfonso quería ir a Francia para convencer a Luis XI de no renovar la tregua con Aragón, que expiraría en julio de 1476.
Todo esto hizo inevitable el regreso del ejército portugués el 13 de junio de 1476, y con él, Alfonso y Juana de Trastámara se fueron para siempre.
Tras la batalla de Toro, la guerra civil quedó prácticamente decidida a favor de los Reyes Católicos, aunque solo terminara definitivamente en 1479. Quedaban pendientes las hostilidades internacionales con Portugal y Francia. Los caudillos de Isabel ganaron las villas y castillos de los magnates valedores de Juana mientras el Arzobispo de Toledo, el marqués de Villena y los demás acabaron por implorar el perdón y prestar a Isabel juramento de fidelidad.
La fortaleza de Zamora se entregó el 19 de marzo de 1476, pero Toro permaneció firmemente en manos portuguesas durante más de medio año: la ciudad se entrega al 19 de septiembre, aunque su pequeña guarnición portuguesa de 300 caballeros, asediada en la fortaleza, solamente capitula el 19 de octubre de 1476.
Murallas de la ciudad de Zamora
Foto: Outisnn
En total fueron tres guarniciones portuguesas las que se rindieron en Castilla: Zamora, Toro y Cantalapiedra, ésta última resistió más de uno año, hasta el 28 mayo 1477. Las restantes fortalezas juanistas, con guarniciones fundamentalmente castellanas (Castronuño, Sieteiglesias, Cubillas, Villalonso, Portillo y Villaba) también fueron retomadas por los Reyes Católicos.
En el año de 1479, el rey portugués trató de renovar su empresa en Castilla, enviando una fuerza de caballeros a socorrer a la condesa de Medellín, hermana del marqués de Villena. Mas el 24 de febrero, cerca de la Albuera, el maestre de Santiago (Alonso de Cárdenas) destrozó este cuerpo de 500 portugueses y 200 castellanos aliados, que sufrieron 85 muertos y algunos prisioneros según el cronista Alonso de Palencia. Sin embargo, el grueso de ellos consiguió alcanzar las ciudades de Mérida y Medellín, su objetivo estratégico.
Por su parte, Isabel, situada en Trujillo, expidió órdenes para cercar a un mismo tiempo a Mérida, Medellín, Montánchez y otras fortalezas de Extremadura
En 1478 los Reyes Católicos conseguían dos grandes victoria: el papa Sixto IV anuló la dispensa antes concedida para el matrimonio de Juana con Alfonso, por lo que la legitimidad de Alfonso V como rey de Castilla se derrumbó; e Isabel era reconocida reina de Castilla por Luis XI de Francia (Tratado de San Juan de Luz, 9 de octubre de 1478), que rompía de este modo su alianza con Alfonso V, dejando Portugal aislado frente a Castilla y Aragón.
Por su parte, Portugal no sólo desbarató una fuerza invasora de 2.000 caballeros castellanos en Mourao (Alentejo, Portugal, 1477), al mando del mismo Maestre de Santiago, sino que logró también reconquistar todas las fortalezas que los castellanos habían tomado en Portugal: Ouguela, Alegrete y Noudar.
También fue capaz de mantener varias ciudades y fortalezas conquistadas o ocupadas en Castilla hasta el final de la guerra: Tuy, Azagala, Ferrera, Mérida y Medellín (con estas dos últimas resistiendo duros asedios hasta la paz).
La guerra naval terminó con victoria portuguesa: reconquista de Ceuta, que los 5.000 castellanos del Duque de Medinasidonia habían conquistado con excepción de la ciudadela interior (1476); expulsión con la captura de 5 naves y 200 hombres de la armada de 25 carabelas enviada por Fernando para conquistar Gran canaria (1478); y sobre todo, la decisiva batalla naval de Guinea en 1478.
Estos hechos, en su conjunto, dieron a los lusos gran poder negociador durante las conversaciones de paz en Alcáçovas, en 1479, puesto que les permitía trocar su renuncia al trono castellano por una partición muy favorable en el Atlántico. Esta solución realista reflejaba el resultado global de la guerra: victoria castellana en tierra y victoria portuguesa en el mar. Pero desde el punto de vista de Juana, se trataba de sacrificar sus derechos por la hegemonía atlántica y el oro de Guinea.
Tras la revocación de la bula papal, el fin de la alianza con Francia y la derrota portuguesa de la Albuera, se empezaron a negociar dos convenios de paz entre Isabel I y Fernando V, y Alfonso V y su hijo heredero, ya regente de Portugal, por mediación de Beatriz, Infanta de Portugal, duquesa de Viseu y de Beja, madre del futuro rey de Portugal Manuel I. La infanta portuguesa era a la vez prima hermana y hermana política de Alfonso V al mismo tiempo que tía materna de la futura reina Católica.
Firmados por su intermedio dos convenios en la localidad portuguesa de Alcáçovas, uno estipuló la sucesión dinástica en las coronas de Castilla: las Tercerías de Moura, obligando a los hijos primeros de los Católicos y al hijo único del Príncipe portugués, junto a sus primos los infantes hijos de la infanta Beatriz, a vivir y educarse junto a esta princesa viuda en su señorío de Moura, tierra del ducado de Beja que también le pertenecía. Quedó estipulado el matrimonio entre el nieto heredero de Alfonso V y la hija mayor de los Católicos, que iban a crecer juntos. En virtud de dicho tratado, dejó Alfonso V el título y las armas de rey de Castilla; renunció a la mano de su sobrina Juana; se obligó a no apoyar las pretensiones de ésta al trono de Castilla, y se dio a Juana un plazo de seis meses para que eligiese entre casarse con el infante Juan, hijo de Fernando e Isabel, luego que el infante llegase a una edad proporcionada, o retirarse a un convento y tomar el velo.
Bien conoció Juana que sus intereses habían sido sacrificados, pues la cláusula de su matrimonio futuro con el infante don Juan era irrisoria, dado que se agregaba que el infante, al llegar a la edad conveniente, podía rechazar aquel enlace si no le agradaba, no quedando a Juana en tal caso otro derecho que el de recibir una indemnización de 100.000 ducados.
El segundo convenio luso-castellano, el Tratado de Alcáçovas, reflejo de la victoria naval lusa en el Atlántico durante la guerra, establece las fronteras de expansión marítima y la respectiva jurisdicción de ambas coronas vecinas sobre el océano. Los monarcas aragonés y castellana reconocen a Portugal la propiedad de Madeira y de las Azores, del exclusivo del derecho de conquista sobre Tingitánea, Mauritania, y el Reino de Fez, que Guinea y toda su navegación, y las islas atlánticas más allá de Canarias (Santo Tomé y Príncipe y Cabo Verde) continuarían en manos portuguesas. La corona de Portugal reconoce a Castilla la propiedad de las Canarias, límite sur establecido a la navegación de aragoneses y castellanos en el Atlántico.
Tratado de Alcáçovas de 1479, confirmado en Toledo en 1480
Herida en su dignidad e intereses, se retiró inmediatamente al monasterio de Santa Clara de Coímbra, donde pronunció sus votos al año siguiente. Fernando e Isabel enviaron a la ciudad portuguesa, para que fuesen testigos de la ceremonia, a Díaz de Madrigal (individuo del Consejo Real de Castilla) y a Fray Hernando de Talavera (confesor de la reina). Éste dirigió a Juana una exhortación en la que le dijo que había adoptado el mejor partido según los evangelistas, y terminó su discurso declarando que ningún pariente, ningún amigo verdadero, ningún consejero fiel, querrían apartarla de tan santa determinación.
Fray Hernando de Talavera
Los votos irrevocables pronunciados por Juana no impidieron que su mano fuese en 1482 solicitada por Francisco Febo, hijo de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, hermana de Luis XI. Febo era el heredero de Navarra. Esta proposición, hecha por las instigaciones del monarca francés, servía a Luis XI para suscitar dificultades a los reyes de Castilla que amenazaban el Rosellón.
La muerte de Francisco Febo impidió que las cosas siguieran adelante. Se dice (pero no está probado) que viudo de Isabel I en 1504, el Rey Católico propuso a Juana que se casara con él. Así esperaba Fernando resucitar los títulos de esta princesa a la sucesión de Enrique IV y quitar el reino de Castilla a Felipe el Hermoso de Habsburgo que gobernaba a nombre de Juana I. La Beltraneja no quiso aceptar como esposo al que en otro tiempo la había declarado hija adulterina de Juana de Portugal y Beltrán de la Cueva.
Sin embargo, la religiosa de Coímbra, como complacían en llamarla los castellanos desde que tomó el velo; la Excelente Senhora, como decían los portugueses, salía con frecuencia del convento. Finalmente los reyes de Portugal le otorgaron morada en el Castillo de San Jorge de Lisboa, donde vivía con gran aparato protegida por los monarcas lusitanos, los cuales insinuaron más de una vez que podían dar nueva vida a los derechos de la infortunada princesa.
Murallas del Castillo de San Jorge de Lisboa, última residencia de Doña Juana
Foto: Manuel González Olaechea y Franco
Doña Juana, hasta el fin de sus días, firmó con las palabras Yo la reina. Poco antes de morir, en el año 1530, testó sus derechos a la corona de Castilla a favor del rey Juan III de Portugal.
Sus restos mortales se hallan actualmente desaparecidos, como consecuencia del Terremoto de Lisboa de 1755.