SERVUS HISPANIARUM REGIS



martes, 11 de junio de 2019

CARTAS DEL CONQUISTADOR DE CHILE PEDRO DE VALDIVIA AL EMPERADOR CARLOS V

UN HOMBRE DE ARMAS Y LETRAS: CARTAS DEL CONQUISTADOR DE CHILE
PEDRO DE VALDIVIA AL EMPERADOR CARLOS V

Por Bernardo Pérez de Buerres Ramírez, FRSA, PhD
Presidente Fundación Conde de Monte Alea
Miembro del Cuerpo Colegiado de la Nobleza de Asturias, del Real Estamento Militar del Principado de Gerona.

Pedro de Valdivia nació el 17 de abril de 1497 en la comarca de Villanueva de la Serena, Extremadura. Perteneció a una familia de linaje noble ( hidalgos) con cierta tradición militar
(1). Participó en las campañas de Flandes y las guerras italianas luchando en los ejércitos del
Cesar Carlos.
Marchó en 1535 al Perú en donde ascendió como militar a Teniente Gobernador y Maestre de Campo a las órdenes de Francisco Pizarro a quien apoyó en sus disputas con Diego de Almagro en 1538. En este contencioso participó en la batalla de Las Salinas, tras la cual Pizarro le otorgó una encomienda en el valle de la Canela (Charcas) y una mina de plata en Potosí (1).
Valdivia partió de Cuzco hacia la región de Chile en Enero de 1540 al frente de ciento cincuenta hombres (1). En la travesía le acompañaba una mujer, doña Inés de Suarez (1-3). Organizar la expedición, no le resulto fácil, ya que nadie quería aventurarse en una tierra de difícil acceso donde no había oro. Valdivia financió la expedición con parte de la venta de su hacienda y la mina de plata que poseía (1). Desde Perú, tomaron el camino del Inca, hasta llegar en Octubre al valle de Copiapó. Este camino fue elegido por Valdivia para evitar el camino de la cordillera empleado por la expedición de Diego de Almagro en 1535 donde aquellos sufrieron penurias al cruzar la gélida codillera en busca del oro prometido, (que nunca encontraron), para llegar al valle de Copayapu, denominado actualmente Copiapó.
Qué movía a Pedro de Valdivia a emprender un proyecto que casi todos consideraban insensato? Valdivia, sin embargo pensaba que las desacreditadas tierras del sur eran apropiadas para establecer una gobernación de carácter agrícola, y creía poder descubrir suficientes riquezas mineras, si bien no tan abundantes como en el Perú, pero suficientes para sostener una colonia de la que él fuese Señor. Astuto, infatigable y con gran sentido de la oportunidad, este líder audaz, a menudo imprudente, tuvo la virtud —y acaso la genialidad— de levantar la mirada por sobre riquezas triviales y ver futuro allá donde los demás solo veían dificultades. Esta visión de Valdivia ha quedado plasmada en las cartas que escribió al emperador Carlos V (2).
Pedro de Valdivia llegó al valle del rio Mapocho en Febrero de 1541 donde fundó en las faldas del cerro Huelen, (que llamó cerro Santa Lucia), la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura (la actual Santiago de Chile), que le sirvió de base para la exploración y conquista del resto del territorio. Poco tiempo después, los indígenas de Aconcagua destruyeronSantiago, que no tardó en ser reconstruida. Prosiguió sus exploraciones y en 1544 fundó la ciudad de La Serena, en el valle de Coquimbo, para facilitar las comunicaciones con Perú.
Después de solicitar sin éxito a Perú y a la corte recursos para continuar con la exploración, Pedro de Valdivia se presentó en Lima en 1547. Allí intervino en las guerras civiles al lado del partido del virrey y fue ratificado en su cargo de gobernador de Chile en 1549. Al regresar a Chile y en permanente lucha con los araucanos, Valdivia se dedicó a partir de entonces a reorganizar las poblaciones destruidas por los indígenas, emprendió nuevas expediciones por el territorio chileno y fundó otras ciudades, entre ellas Concepción (1550) y Valdivia (1552). Los enfrentamientos con los indígenas eran durísimos como el mismo Valdivia relata en sus cartas al emperador Carlos. No se rendían fácilmente y se adaptaban a las tácticas de guerra de los españoles (2,5).
Cuando la resistencia indígena parecía sofocada, los caudillos araucanos Caupolicán y Lautaro encabezaron una sublevación general. Sorprendido por los indios en Tucapel (Chile), murió en combate junto con cincuenta de los suyos, el día de Navidad de 1553 (4).
Valdivia era un hombre recto, honrado, severo, aunque sin llegar a cruel, por el gusto de serlo, como lo fueron algunos de su tiempo, pero sin trepidar jamás en cometer actos bárbaros y brutales, como nos parecen a nosotros, si los consideraba necesarios para el bienestar de la colonia. “Su fe en Chile, su suelo, su clima y sus recursos, la ha transmitido a los chilenos de hoy, quienes hasta cierto punto se le asemejan en su sagaz buen sentido, firmeza de carácter y patriotismo sin límites” como describe R. B. Cunninghame Graham (1).
Las cartas de Valdivia, notables de por sí, tanto por su claridad, la amplitud de sus miras y por el conocimiento que manifiestan, a la vez, del país y de sus habitantes, constituyen uno de los relatos más valiosos de los hechos contemporáneos de la gran empresa, la conquista de las Indias, que hayan llegado hasta nosotros (1).




Firma de Pedro de Valdivia

El 4 de Septiembre de 1545 desde la ciudad de la Serena en la Capitanía General de Chile, Pedro de Valdivia dirige una misiva al Emperador Carlos V dándole noticias de la conquista de Chile, de los trabajos padecidos en ella y del estado en que se hallaba la colonia como tan bien su deseo de recibir mercedes honorificas para él y sus hombres por servicios al emperador (5).
El original de la carta se encuentra en el Archivo General de Indias en Sevilla (5). Fue enviada por Valdivia con Antonio de Ulloa al Perú, con encargo de despacharla de allí a España. Lacarta es una detallada descripción que trata de las hazañas del descubrimiento y conquista de Chile y es quizá una de las cartas más importantes que escribió Valdivia de entre las que seconocen y que reproducimos en su integridad más abajo.



Retrato de Pedro de Valdivia, Conquistador de Chile
Óleo sobre tela, copia de Luz Celeste Figueroa de la obra de Federico Madrazo (1860) que se
conserva en la Municipalidad de Santiago de Chile, (Colección del autor).



Escudo de armas de Pedro de Valdivia




La Fundación de Santiago, óleo de Pedro Lira (1858).
La obra muestra a Pedro de Valdivia en la cima del  Huelén (cerro Santa Lucia), señalando
hacia el centro del lugar escogido para fundar la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo el 12
de Febrero de 1541.

Al Emperador Carlos V
La Serena, 4 de Septiembre de 1545
S. C. C. M: [Sacra, Católica, Cesárea Majestad].
Cinco años ha que vine de las provincias del Perú con provisiones del Marqués y gobernador don
Francisco Pizarro a conquistar y poblar estas de la Nueva Extremadura, llamadas primero Chili [chile], y descobrir [descubrir] otras adelante, y en todo este tiempo no he podido dar cuenta a V. M. de lo que he hecho en ellas por haberlo gastado en su cesáreo servicio. Y bien sé escribió el Marqués a V. M. cómo me envió, y dende [desde] ha un año que llegué a esta tierra envié por socorro a la cibdad [ciudad] del Cuzco al capitán Alonso de Monroy, mi teniente general, y halló allí al gobernador Vaca de Castro, el
cual asimesmo [asimismo] escribió a V. M. dando razón de mí, y otro tanto hizo el capitán Monroy, con relación, aunque breve, de lo que había hecho hasta que de aquí partió, y tengo a muy buena dicha hayan venido a noticia de V. M. mis trabajos por indirectas, primero que las importunaciones de mis cartas, para por ellos pedir mercedes, las cuales estoy bien confiado me las hará V. M. en su tiempo, con aquella liberalidad que acostumbra pagar a sus súbditos y vasallos sus servicios; y aunque los míos no

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sean de tanto momento cuanto yo querría, por la voluntad que tengo de hacerlos los más crecidos que ser pudiesen, me hallo merecedor de todas las mercedes que V. M. será servido de me mandar hacer y las que yo en esta carta pediré; en tanto que los trabajos de pacificar lo poblado me dan lugar a despachar y enviar larga relación de toda esta tierra y la que tengo descubierta en nombre de V. M., y la voy a conquistar y poblar, suplico muy humillmente [humildemente] me sean otorgadas, pues las pido con celo de que mi buen propósito en su real servicio haga el fructo [fruto] que deseo, que ésta es la mayor riqueza y contentamiento que puedo tener.
Sepa V. M. que cuando el Marqués don Francisco Pizarro me dio esta empresa, no había hombre que
quisiese venir a esta tierra, y los que más huían della [de ella] eran los que trajo el adelantado don Diego de Almagro, que como la desamparó, quedó tan mal infamada, que como de la pestilencia huían della [de ella]; y aún muchas personas que me querían bien y eran tenidos por cuerdos, no me tovieron [tuvieron] por tal cuando me vieron gastar la hacienda que tenía en empresa tan apartada del Perú, y donde el Adelantado no había perseverado, habiendo gastado él y los que en su compañía vinieron más de quinientos mill [mil] pesos de oro; y el fructo [fruto] que hizo fue poner doblado ánimo a estos indios; y como vi [ví] el servicio que a V. M. se hacía en acreditársela, poblándola y sustentándola, para descobrir[descubrir] por ella hasta el Estrecho de Magallanes y Mar del Norte, procuré de me dar buena maña, y busqué prestado entre mercaderes y con lo que yo tenía y con amigos que me favorecieron, hice hasta ciento y cincuenta hombres de pie y caballo, con que vine a esta tierra; pasando en el camino todo grandes trabajos de hambres, guerras con indios, y otras malas venturas que en estas partes ha habido hasta el día de hoy en abundancia.
Por el mes de abril del año de mil quinientos treinta y nueve me dio el Marqués la provisión, y llegué a este valle de Mapocho por el fin del año de 1540. Luego procuré de venir a hablar a los caciques de la tierra, y con la diligencia que puse en corrérselas [en recorrerlas], creyendo éramos cantidad de cristianos, vinieron los más de paz y nos sirvieron cinco o seis meses bien, y esto hicieron por no perder sus comidas, que las tenían en el campo, y en este tiempo nos hicieron nuestras casas de madera y paja con la traza que les di, en un sitio donde fundé esta cibdad de Sanctiago [ciudad de Santiago] del Nuevo Extremo, en nombre de V. M., en este dicho valle, como llegué a los 24 de febrero de 1541 .
Fundada, y comenzando a poner alguna orden en la tierra, con recelo que los indios habían de hacer lo que han siempre acostumbrado en recogiendo sus comidas, que es alzarse, y conociéndoseles bien en el aviso que tenían de nos contar a todos; y como nos vieron asentar, pareciéndoles pocos, habiendo visto los muchos con que el Adelantado se volvió, creyendo que de temor dellos, esperaron estos días a ver si hacíamos lo mesmo [mismo], y viendo que no, determinaron hacérnoslo hacer por fuerza o matarnos; y para podernos defender y ofenderlos, en lo que proveí primeramente fue en tener mucho aviso en la vela [vigilancia], y en encerrar toda la comida posible, porque, ya que hiciesen ruindad, ésta no nos faltase; y así hice recoger tanta, que nos bastara para dos años y más, porque había en cantidad.
De indios tomados en el camino, cuando vine a esta tierra, supe cómo Mango Inga, señor natural del
Cuzco, que anda rebelado del servicio de V. M., había enviado a avisar a los caciques della [de ella]
cómo veníamos, y que si querían nos volviésemos como Almagro, que escondiesen todo el oro, ovejas, ropa, lana y algodón y las comidas, porque como nosotros buscábamos esto, no hallándolo, nos tornaríamos. Y ellos lo cumplieron tan al pie de la letra, que se comieron las ovejas, que es gente que se da de buen tiempo, y el oro y todo lo demás quemaron, que aún a los propios vestidos no perdonaron, quedándose en carnes, y así han vivido, viven y vivirán hasta que sirvan. Y como en esto estaban bien prevenidos nos salieron de paz hasta ver si dábamos la vuelta, porque no les destruyésemos las comidas, que las de los años atrás también las quemaron, no dejando más de lo que habían menester hasta la cosecha.
En este medio tiempo, entre los fieros [las provocaciones, bravatas] que nos hacían algunos indios que no querían venirnos a servir, nos decían, que nos habían de matar a todos, como el hijo de Almagro, que ellos llamaban Armero, había muerto en Pachacama al Apomacho, que así nombraban al gobernador Pizarro, y que, por esto, todos los cristianos del Perú se habían ido. Y tomados algunos destos [de estos] indios y atormentados, dijeron que su cacique, que era el principal señor del valle de Canconcagua

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[Aconcagua], que los del Adelantado llamaron Chili, tenía nueva dello [de ello] de los caciques de
Copayapo [Copiapó], y ellos de los de Atacama, y con esto acordó el procurador de la cibdad hacer un requerimiento al Cabildo para que me eligiese por gobernador en nombre de V. M., por la nueva de la muerte del dicho Marqués, cuyo teniente yo era, hasta que, informado V. M., enviase a mandar lo que más a su Real servicio conviniese. Y así, ellos y el pueblo, todos de un parecer, se juntaron y dijeron era
bien, y dieron sus causas para que lo acebtase [aceptase], y yo las mías para me excusar, y al fin me
vencieron, aunque no por razones, sino porque me pusieron delante el servicio de V. M., y por parecer me convenía a aquella coyuntura, lo acebté [acepté]. Ahí va el traslado de la elección como pasó para que siendo V. M. servido, lo vea.
Fecho esto, como no creí lo que los indios decían de la muerte del Marqués, por ser mentirosos, para
enviarle a dar cuenta de lo que acá pasaba, como era obligado, había ido al valle de Canconcagua
[Aconcagua] a la costa a entender en hacer un bergantín, y con ocho de caballo estaba haciendo escolta a doce hombres que trabajaban en él; recebí [recibí] allí una carta del capitán Alonso de Monroy, en que me avisaba de cierta conjuración que se trataba entre algunos peones [soldados] que comigo [conmigo] vinieron de la parcialidad del Adelantado, de los cuales yo tenía confianza, para me matar. En recibiéndola, que fue a media noche, me partí y vine a esta cibdad [ciudad], con voluntad de dar la vuelta dende a dos días, y detóveme [detúveme] más, avisando a los que quedaban viviesen sobre aviso, que a hacerlo, no los osaran acometer los indios. Y no curándose desto [de esto], andaban poco recatados, y de día sin armas; y así los mataron, que no se escaparon sino dos, que se supieron bien esconder, y la tierra toda se alzó. Hice aquí mi pesquisa; y hallé culpados a muchos, pero, por la necesidad en que estaba, ahorqué cinco, que fueron las cabezas, y disimulé con los demás; y con esto aseguré la gente.
Confesaron en sus depusiciones [deposiciones, declaraciones] que habían dejado concertado en las
provincias del Perú con las personas que gobernaban al don Diego, que me matasen a mí acá por este tiempo, porque así harían ellos allá al Marqués Pizarro, por abril o mayo; y ésta fue su determinación, y irse a tener vida esenta [exenta] en el Perú con los de su parcialidad, y desamparar la tierra, si no pudiesen sostenerla.
Luego tove [tuve] noticia que se hacía junta de toda la tierra en dos partes para venir a hacernos la
guerra, y yo con noventa hombres fui a dar en la mayor, dejando a mi teniente para la guardia de la
cibdad [ciudad] con cincuenta, los treinta de [a] caballo. Y en tanto que yo andaba con los unos, los otros
vinieron sobre ella, y pelearon todo un día en peso [enteramente] con los cristianos, y le mataron
veintitrés caballos y cuatro cristianos, y quemaron toda la cibdad [ciudad], y comida, y la ropa, y cuanta
hacienda teníamos, que no quedamos sino con los andrajos que teníamos para la guerra y con las
armas que a cuestas traíamos, y dos porquezuelas y un cochinillo y una polla y un pollo y, hasta dos
almuerzas de trigo, y al fin al venir de la noche, cobraron tanto ánimo los cristianos con el que su caudillo
les ponía, que, con estar todos heridos, favoreciéndolos señor Sanctiago [Santiago], que fueron los
indios desbaratados, y mataron dellos grand [de ellos gran] cantidad; y otro día me hizo saber el capitán
Monroy la victoria sangrienta con pérdida de lo que teníamos y quema de la cibdad [ciudad]. Y en esto
comienzan la guerra de veras, como nos la hicieron, no queriendo sembrar, manteniéndose de unas
cebolletas y una simiente menuda como avena, que da una yerba, y otras legumbres que produce de
suyo esta tierra sin lo sembrar y en abundancia, que con esto y algún maicejo que sembraban entre las
sierras podían pasar, como pasaron [la fecha de la destrucción de Santiago fue el 11 de Septiembre de
1541]. 
Como vi [ví] las orejas al lobo, parecióme [me pareció que] para perseverar en la tierra y perpetuarla a V.
M. habíamos de comer del trabajo de nuestras manos como en la primera edad, procuré de darme a
sembrar, y hice de la gente que tenía dos partes, y todos cavábamos, arábamos y sembrábamos en su
tiempo, estando siempre armados y los caballos ensillados de día, y una noche hacía cuerpo de guardia
la mitad, y por sus cuartos velaban, y lo mesmo [mismo] la otra; y hechas las sementeras, los unos
atendían a la guardia dellas [de ellas] y de la cibdad [ciudad] de la manera dicha, y yo con la otra andaba
a la continua ocho y diez leguas a la redonda della [de ella], deshaciendo las juntas de indios, do sabía
que estaban, que de todas partes nos tenían cercados, y con los cristianos y pecezuelas [diminutivo de
piezas, es decir indigenas] de nuestro servicio que trujimos [trajimos] del Perú, reedifiqué la cibdad
[ciudad] y hecimos  [e hicimos] nuestras casas, y sembrábamos para nos sustentar, y no fue poco hallar

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maíz para semilla, y se hobo con harto riesgo; y también hice sembrar las dos almuerzas [porción] de
trigo, y dellas [de ellas] se cogieron aquel año doce hanegas [fanegas] con que nos hemos simentado
[sustentado].
Como los indios vieron que nos disponíamos a sembrar, porque ellos no lo querían hacer, procuraban de
nos destruir nuestras sementeras por constreñirnos a que de necesidad desamparásemos la tierra. Y
como se me traslucían las necesidades en que la continua guerra nos había de poner, por prevenir a
ellas y poder ser proveído en tanto que las podíamos sufrir, determiné enviar a las provincias del Perú al
capitán Alonso de Monroy con cinco hombres, con los mejores caballos que tenía, que no pude darle
más, y él se ofreció al peligro tan manifiesto por servir a V. M. y traerme remedio, que si de Dios no, de
otro no lo esperaba, atento que sabía que ninguna gente se movería a venir a esta tierra por la ruin fama
della [de ella], si de acá no iba quien la trujese [trajese] y llevase oro para comprar los hombres a peso
dél [de él], y porque por do [donde] había de pasar estaba la tierra de guerra y había grandes
despoblados, habían de ir a la ligera a noche sin mesón [posada], determiné para mover los ánimos de
los soldados, llevando muestra de la tierra, enviar hasta siete mill pesos, que en tanto que estove
[estuve] en el valle de Canconcagua [Aconcagua] entendiendo en el bergantín, los habían sacado los
anaconcillas [yanaconas] de los cristianos, que eran allí las minas, y me los dieron todos para el común
bien; y porque no llevasen carga los caballos, hice seis pares de estriberas para ellos y guarniciones
para las espadas y un par de vasos en que bebiesen, y de los estribos de hierro y guarniciones y de otro
poco más que entre todos se buscó, les hice hacer herraduras hechizas a un herrero que truje [traje] con
su fragua, con que herraron muy bien los caballos, y llevó cada uno para el suyo otras cuatro y cient 
[cien] clavos, y echándoles la bendición los encomendé a Dios y envié, encargando a mi teniente se
acordase siempre en el frangente [indefensión] que quedaba.
Fecho [hecho] esto, entendí en proveer a lo que nos convenía, y viendo la grand [gran] desvergüenza y
pujanza que los indios tenían por la poca que en nosotros veían, y lo mucho que nos acosaban,
matándonos cada día a las puertas de nuestras casas nuestros anaconcillas [yanaconas], que eran
nuestra vida, y a los hijos de los cristianos, determiné hacer un cercado de estado y medio en alto, de
mill [mil] y seiscientos pies en cuadro que llevó doscientos mill adobes de a vara de largo y un palmo de
alto, que a ellos y a él hicieron a fuerza de brazos los vasallos de V. M., y yo con ellos, y con nuestras
armas a cuestas, trabajamos desde que lo comenzamos hasta que se acabó, sin descansar hora, y en
habiendo grita de indios se acogía a él la gente menuda y bagaje, y allí estaba la comida poca que
teníamos guardada, y los peones [soldados] quedaban a la defensa, y los de caballo salíamos a correr el
campo y pelear con los indios, y defender nuestras sementeras. Esto nos duró desde que la tierra se
alzó, sin quitarnos una hora las armas de a cuestas, hasta que el capitán Monroy volvió a ella con el
socorro, que pasó espacio de casi tres años.
Los trabajos de la guerra, invictísimo César, puédenlos pasar los hombres, porque loor [honor] es al
soldado morir peleando; pero los de la hambre concurriendo con ellos, para los sufrir, más que hombres
han de ser: pues tales se han mostrado los vasallos de V. M. en ambos, debajo de mi protección, y yo de
la de Dios y de V. M., por sustentarle esta tierra. Y hasta el último año destos  [de estos] tres que nos
simentamos [asentamos] muy bien y tovimos [tuvimos] harta comida, pasamos los dos primeros con
extrema necesidad, y tanta que no la podría significar; y a muchos de los cristianos les era forzado ir un
día a cavar cebolletas para se sustentar aquel y otros dos, y acabadas aquéllas, tornaba a lo mesmo
[mismo], y las piezas todas de nuestro servicio y hijos con esto se mantenían, y carne no había ninguna;
y el cristiano que alcanzaba cincuenta granos de maíz cada día, no se tenía en poco, y el que tenía un
puño de trigo, no lo molía para sacar el salvado. Y desta [de esta] suerte hemos vivido, y toviéranse
[tuviéronse] por muy contentos los soldados si con esta pasadía los dejara estar en sus casas; pero
conveníame tener a la contina [continua, en forma permanente] treinta o cuarenta de caballo por el
campo, invierno y verano y acabadas las mochillas que llevaban, venían aquellos y iban otros. Y así
andábamos como trasgos, y los indios nos llamaban Cupais, que así nombran a sus diablos, porque a
todas las horas que nos venían a buscar, porque saben venir de noche a pelear, nos hallaban
despiertos, armados y, si era menester, a caballo. Y fue tan grande el cuidado que en esto tove [tuve]
todo este tiempo, que con ser pocos nosotros y ellos muchos, los traía alcanzados de cuenta; y para que
V. M. sepa no hemos tomado truchas a bragas enjutas, como dicen, basta esta breve relación.

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De las provincias del Perú escribió el capitán Alonso de Monroy a V. M. cómo llegó a ellas sólo con uno
de los soldados que de aquí sacó, y pobre, habiéndole muerto en el valle de Copayapo los indios los
cuatro compañeros, y preso a ellos, y les tomaron el oro y despachos que llevaban, que no salvó sino un
poder para me obligar en dineros; y dende [desde entonces] a tres meses que estovieron [estuvieron]
presos, el capitán Monroy, con un cuchillo que tomó a un cristiano de los de don Diego de Almagro, que
estaba allí hecho indio, que éste fue causa de la muerte de sus compañeros, y del daño que le vino,
mató al cacique principal a puñaladas, y llevando por fuerza consigo a aquel transformado cristiano, se
escaparon en sendos caballos y sin armas; y cómo halló en ellas al gobernador Vaca de Castro, en
nombre de V. M., con la victoria de la batalla que ganó en su cesárea ventura contra el hijo de don Diego
de Almagro y los que le seguían, y cómo le recibió muy bien y le favoresció [favoreció] con su abtoridad
[autoridad].
Y porque el gobernador en aquella coyuntura tenía muchas ocupaciones, así en justiciar a los culpados,
poner en tranquilidad la tierra y naturales, satisfacer servicios, despachar capitanes que le pedían
descubrimientos, y en dar a V. M. cuenta y razón de todo con mensajeros propios y duplicados
despachos, y la Caja de V. M. sin dinero, y él muy gastado y adeudado, buscó personas entre los
vasallos de V. M. que sabía eran celosos de su real servicio y tenían hacienda, para que me
favoreciesen con ella en tal coyuntura y me la fiasen. Halló uno, y un portugués, y diciéndoles lo que
convenía al servicio de V. M. y sustentación desta [de esta] tierra, interponiendo en todo su abtoridad
[autoridad] muy de veras y con tanta eficacia y voluntad, que me dijo mi teniente conoció dél [de él]
dolerse en el ánima, y si toviera [tuviera] dineros o en la coyuntura que estaba le fuera lícito pedirlos
prestados, se los diera con toda liberalidad para que hiciera la gente, por servir a Dios y a V. M.
Y las personas que favorecieron se llama la una Cristóbal de Escobar, que siempre se ha en aquellas
partes empleado en el Real servicio de V. M.; éste socorrió, con que se hicieron setenta de caballo. Y un
reverendo padre sacerdote llamado Gonzaliáñez le prestó otros cinco mill [mil] castellanos en oro, con
que dio a la gente más socorro; y ambos vinieron a esta tierra por más servir a V. M. en persona. Y
demás desto, viendo el gobernador la necesidad que había del presto despacho deste [de este] negocio
entre los de más importancia, avió a mi teniente, primero, rogando a muchos gentiles hombres que
tenían aderezo y querían ir a buscar de comer con otros capitanes, se viniesen con el mío, por el servicio
que a V. M. se hacía, y a su intercesión vinieron muchos dellos [de ellos], y así le despidió y dijo que
viniese con aquel socorro, que él procuraría enviar otro navío cargado de lo que fuese menester a estas
provincias, como diese algúnd [algún] vado a los negocios.
Viniendo el capitán Alonso de Monroy a cibdad [ciudad] de Arequipa a comprar armas y cosas para la
gente, diciendo a ciertas personas la necesidad que tenía de un navío y como el gobernador Vaca de
Castro había enviado a llamar al maestre de uno para concertar con él viniese a estas partes, y no se
atreviendo el maestre a eso, un vecino de allí, llamado Lucas Martínez Vegaso, súbdito y vasallo de V.
M. y muy celoso de su Real servicio, que tal fama tiene en aquellas partes, sabiendo el que a V. M. se
hacía, y la voluntad del gobernador, por quererle bien, cargó un navío que tenía de armas, herraje y otras
mercaderías, quitándole de las granjerías de sus haciendas, que no perdió poco en ellas, y vino, que
había cuatro meses que por falta dél [de él] no se celebraba el culto divino, ni oíamos misa, y me lo envió
con un amigo suyo llamado Diego García de Villalón, y sabido por el Gobernador, se lo envió mucho a
agradecer y tener en grand [gran] servicio de parte de V. M.
Escribióme [Me escribió] el gobernador Vaca de Castro, entre otras muchas cosas, los ejércitos que el
Rey de Francia había puesto contra V. M. por diversas partes, y la confederación con el turco, que fue su
último de potencia, y que la provisión de V. M. fue tal, que no sólo le fue forzado retirarse, pero perder
ciertas plazas en su reino. De creer es que el temor de no perder el renombre de cristianísimo (a no irle a
la mano) [sic] no fuera parte para que dejara de llegar a ejecución su dañada voluntad.
También me envió el pregón Real de la guerra contra Francia, de que me holgué por estar avisado,
aunque podemos vivir bien seguros en estas partes de franceses, porque mientras más vinieren más se
perderán. También me escribió para que enviase los quintos a V. M. Por ésta se verá lo que en esto se
ha podido hacer, certificando a V. M. estimaría como a la salvación hallar en esta tierra doscientos o

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trescientos mill [mil] castellanos sobre ella para servir a V. M. con ellos, y socorrer a gastos tan crecidos,
justos y sanctos [santos]; y confianza tengo en Dios y en la buena ventura de V. M. poderlo hacer algúnd
[algún] día.
Por el mes de septiembre del año de 1543 llegó el navío de Lucas Martínez Vegaso al puerto de
Valparaíso desta cibdad [de esta ciudad], y el capitán Alonso de Monroy con la gente por tierra, mediado
el mes de diciembre adelante, y desde entonces los indios no osaron venir más, ni llegaron cuatro leguas
en torno desta cibdad, y se recogieron todos a la provincia de los Promaocaes [promaucaes], y cada día
me enviaban mensajeros diciendo que fuese a pelear con ellos y llevase los cristianos que habían
venido, porque querían ver si eran valientes como nosotros, y que, si eran, que nos servirían, y si no, que
harían como en lo pasado; yo les respondí que sí haría.



Reformadas las personas y los caballos, que venían todos flacos por no haber visto desde el Perú hasta
aquí un indio de paz, padeciendo mucha hambre, por hallar en todas partes alzados los mantenimientos,
salí con toda la gente, que vino muy bien aderezada y a caballo, a cumplirles mi palabra, y fui a buscar
los indios, y llegado a sus fuertes los hallé huídos todos, acogiéndose de la parte de Mauli [Maule] hacia
la mucha gente, dejando quemados todos sus pueblos y desamparado el mejor pedazo de tierra que hay
en el mundo, que no parece sino que en la vida hobo indio en ella. Y en esto estábamos por el mes de
abril del año de 1544, cuando llegó a esta costa un navío, que era de cuatro o cinco compañeros que de
compañía lo compraron y cargaron de cosas necesarias, por granjear la vida, y hallaron la muerte;
porque cuando al paraje desta [de esta] tierra llegaron, venían tres hombres solos y un negro y sin batel,
que los indios de Copoyapo [Copiapó] los habían engañado y tomado el barco, y muerto al maestre y
marineros, saliendo por agua, y treinta leguas deste [de este] puerto junto a Mauli [Maule] dieron con
temporal al través, y mataron los indios a los cristianos que habían quedado, y robaron y quemaron el
navío.
El junio adelante, que es el riñón del invierno, y le hizo tan grande y desaforado de lluvias, tempestades,
que fue cosa mostruosa [monstruosa], que como es toda esta tierra llana, pensamos de nos anegar, y
dicen los indios que nunca tal han visto, pero que oyeron a sus padres que en tiempo de sus abuelos
hizo así otro año. Llegó otro navío, que fue el que prometió de enviar el gobernador Vaca de Castro, que
un criado suyo, llamado Juan Calderón de la Barca, por cumplir su palabra, viendo el deseo que tenía su
amo de enviarme socorro de cosas necesarias, y que no se hallaba con dineros para ello, empleó diez o
doce mill pesos que tenía, y cargó y vino con ellas, y el navío se llama Sanct [San] Pedro.
El capitán, piloto y señor del navío, y que le trujo después de Dios y guió acá, se llama Juan Baptista de
Pastene, ginovés [genovés], hombre muy práctico de la altura y cosas tocantes a la navegación, y uno
de los que mejor entienden este oficio de cuantos navegan esta Mar del Sur, persona de mucha honra,
fidelidad y verdad, y que sirvió mucho a V. M. en las provincias del Perú y al Marqués don Francisco
Pizarro, y después de muerto, en la recuperación dellas [de ellas] debajo la comisión del gobernador
Vaca de Castro, el cual le mandó, de parte de V. M. viniese a estas provincias, por ser hombre de
confianza y se empleara en su Real servicio y le conocía por tal; y él se ofresció [ofreció] a venir por
hacerle a V. M. tan señalado, demás de los hechos: con él me envió el Gobernador las nuevas de
Francia, y el pregón contra ella que tengo dicho.
Pasada la furia del invierno, mediado agosto, que comienza la primavera, fui al puerto, y sabiendo la
voluntad del capitán, que era servir a V. M. en estas partes en lo que yo le mandase, y la persona que
era, y lo que había hecho en su Real servicio, que ya yo lo sabía y le conocía del tiempo del Marqués, le
hice mi teniente general en la mar y le envié a descubrir esta costa hacia el Estrecho de Magallanes,
dándole otro navío y muy buena lente para que llevase en ambos, y a que me tomase posesión en
nombre de V. M., de la tierra, y así fue. Lo que halló y hizo, verá V. M. por la fee [fe] que aquí va, y dello
[de ello] la da Juan de Cárdenas como escribano mayor del juzgado destas [de estas] provincias, que en
nombre de V. M. crié, que juntamente le envié por acompañado con él para lo que conviniese para al [el]
servicio de V. M. ...

CONTINUARÁ

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