Napoleón había permanecido durante once meses en un intranquilo retiro en Elba entre 1814 y 1815, observando con mucho interés la evolución de los acontecimientos en Francia. Tal como él había previsto, la contracción del antiguo gran Imperio a sólo el reino de la vieja Francia provocó un gran malestar, un sentimiento alimentado además por las historias sobre la falta de tacto con que la monarquía borbónica trataba a los veteranos de la Grande Armée. La situación en Europa no era menos peligrosa; las demandas del Zar Alejandro I eran tan desorbitadas que las potencias en el Congreso de Viena se hallaban al borde de una guerra entre ellas. Toda esta situación conducía a Napoleón a una renovada actividad. El retorno de los prisioneros franceses desde Rusia, Alemania, Gran Bretaña y España podría proporcionarle un ejército mucho mayor que aquel que se había ganado renombre en 1814. La amenaza que aún suponía Napoleón había llevado a los monárquicos en París y a los plenipotenciarios en Viena a discutir la conveniencia de deportarle a las Azores, y algunos iban aún más lejos, proponiendo su asesinato.
Napoleón, sin embargo, resolvió el problema en su forma característica. El 26 de febrero de 1815, aprovechando el descuido de la guardia francesa y británica, embarcó en Portoferraio con unos 600 hombres, y desembarcó el 1 de marzo en Golfe-Juan, cerca de Antibes. Excepto en la Provenza (que siempre fue proclive a la monarquía borbónica), recibió en todas partes una bienvenida que atestiguaba el poder de atracción de su personalidad en contraste con la nulidad de la del Borbón. Sin disparar un solo tiro en su defensa, su pequeña tropa fue creciendo hasta convertirse en un ejército. Ney, quien había dicho de Napoleón que debía ser llevado a París en una jaula de hierro, se unió a él con 6.000 hombres el 14 de marzo. Cinco días más tarde, el Emperador entraba en la capital, de donde Luis XVIII acababa de huir apresuradamente.
Numerosas pintadas aparecidas en París decían: «Ya tengo suficientes hombres Luis, no me envíes más. Firmado Napoleón», expresando el sentir en la capital desde antes de la llegada del Emperador.
S.M.C. Luis XVIII
Luis XVIII tuvo que partir por segunda vez al exilio, esta vez a la ciudad de Gante (actual Bélgica), donde se estableció con una pequeña corte de seguidores hasta la derrota napoleónica en Waterloo y el final de los Cien Días.
Durante este segundo exilio de Luis XVIII fue creada la Medalla de Gante, el 17 de mayo 1815, para recompensar a los miembros del Batallón de Voluntarios Reales. Este batallón estaba formado por voluntarios de varias provincias, entre ellos unos seiscientos estudiantes de las Facultades de Derecho y Medicina de París, que siguieron al Rey en el exilio durante los "Cien Días".
Algunas fuentes sostienen que tan sólo alcanzaron la ciudad belga apenas una cincuentena de ellos.
Anverso y reverso de la Medalla de Gante
La Medalla de Gante es circular y estaba acuñada en plata dorada.
En el anverso presenta la efigie del rey Luis XVIII rodeada por la inscripción: "LOUIS XVIII ROI DE FRANCE". Sobre la cabeza del monarca aparece el nombre del grabador: "Galle. F.".
En el reverso se puede leer la palabra "FIDELITÉ" rodeada por una corona de laurel.
La cinta es blanca, inspirada en la bandera borbónica francesa.
De esta condecoración existen numerosas variantes, suspendidas por flores de lis en plata, llegándose incluso a crear una Cruz de Gante con la que se pretendía cubrir el espacio de determindas concesiones no realizadas de la Medalla.
Por el Real Decreto de 16 de abril 1824; ordenanza que regulaba el uso de las órdenes y condecoraciones en la Francia de la Restauración, esta Medalla de Gante dejó de ser considerada como oficial
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