A los veinte y dos años fue considerado igual a César y a Alejandro. Desde 1643 a 1648, durante la guerra franco-española, acumuló hazañas y se convirtió en el ídolo de los jóvenes nobles franceses. Tenía todo, el nacimiento y la fortuna. Pero no podía ser rey.
Creyendo que ese sueño fuera posible, rechazó los obstáculos, las prohibiciones y el escándalo. La acción política, donde se involucró con descuido, fue su talón de Aquiles.
Estos días ha visto la luz en Francia un libro titulado: "Condé, el héroe extraviado", que nos mueve a publicar en la entrada de hoy su perfil biográfico; turbulento y apasionante como la etapa de la historia de Francia que le tocó vivir y protagonizar.
Luis II de Borbón-Condé, llamado El Gran Condé, nació en París el 8 de septiembre de 1621. Fue Primer Príncipe de la Sangre y duque de Enghien, era además Príncipe de Condé, duque de Borbón, duque de Montmorency, duque de Châteauroux, duque de Bellegarde, duque de Fronsac, Par de Francia y general francés durante la Guerra de los Treinta Años.
Hijo de Enrique II de Borbón-Condé y de Charlotte-Marguerite de Montmorency, baronesa de Châteubriant y de Derval, madrina de Luis XIV.
Estudió en los Jesuitas en Bourges y, a los 17 años, gobernó Borgoña en nombre de su padre.
Se casó el 11 de mayo de 1641 con Claire-Clémence de Maillé-Brézé, sobrina del Cardenal Richelieu, que tenía 13 años. Tuvieron, cuatro hijos, tres de los cuales murieron prematuramente:
Muy brillante en sus comienzos militares recibió, en 1643, a los 21 años, al mando del ejército de Picardía, bajo las órdenes del mariscal de L’Hôpital; se encargó de cortar el paso de las fuerzas españolas cuando salían de Flandes para invadir Francia.
El 19 de mayo de 1643, cinco días después del fallecimiento de Luis XIII, Condé obtuvo una importante victoria en la Batalla de Rocroi venciendo a los españoles.
Después, Condé, fue enviado, con Turenne, a luchar en el Rhin. En 1644 abatió a los alemanes en Friburgo y dirigió, junto con Turenne, la batalla de Nördlingen en 1645 contra Mercy. En 1646, tras la muerte de su padre pasó a ser Príncipe de Condé.
Tomó Dunkerque en 1646. Tuvo menos fortuna en Cataluña, donde no pudo tomar Lérida pero, en 1648, consiguió vencer en la batalla de Lens (Artois) al Archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo.
Durante las revueltas de la Fronda, Condé adoptó una ambigua posición: defendió, en principio, a la Corte, pero después se enfrentó al Cardenal Mazarino.
Su apoyo a Ana de Austria propició la firma de la paz de Rueil. Sin embargo, en 1649, a causa de su rivalidad con Mazarino, volvió a unirse a la Fronda.
El 18 de enero de 1650, Condé, su hermano Conti y su cuñado Longueville fueron arrestados y permanecieron encarcelados durante trece meses.
El 7 de febrero, ante el ataque de la Fronda, Mazarino huyó y liberó a los príncipes. Condé se puso a la cabeza de la Fronda de los príncipes, pese a la mayoría de edad de su primo Luis XIV. Seguidamente firmó un acuerdo con Felipe IV de España y con Cromwell.
Con sus tropas se dirigió hacia París. Luis XIV puso al frente de las tropas reales a Turenne que derrotó al príncipe en Bléneau (7 de abril de 1652), Étampes; y después en el barrio de San Antonio.
La duquesa de Montpensier (la Gran Mademoiselle) hizo bombardear a las tropas reales para permitir que su primo se refugiara en París.
Condé se fue enseguida a Flandes uniéndose a las tropas españolas, y participó en la victoria en la batalla de Valenciennes en contra de los franceses así como en 1658 en la batalla de las Dunas, de la que salió vencedor Turenne. El Tratado de los Pirineos (1659) le aseguró el perdón real, otorgado en Aix-en-Provence, poco antes de que Luis XIV contrajera matrimonio con María Teresa de Austria.
Recomenzada la guerra (Guerra de Devolución) entre Francia y España, Condé conquistó el Franco Condado en tres semanas (1668). Instituyó, en 1670, con ocasión de su matrimonio con Anne, hija del Delfín de Auvergne, una Orden de Chardon, que sin embargo duró poco.
Combatió, de nuevo junto a Turenne en la Guerra de Holanda (1672) donde derrotó a príncipe de Orange en la batalla de Seneffe (1674); tras la muerte de Turenne (1675), se marchó a Alsacia para defenderla luchando contra Raimondo Montecuccoli.
Acabó sus días viviendo en su castillo de Chantilly, rodeado de músicos, poetas y escritores como Nicolás Boileau, Molière o Jean Racine, con los que mantenía jugosas conversaciones. Murió en Fontainebleau el 11 de noviembre de 1686. Su hijo, Enrique Julio, le sucedió.
Bossuet pronunció, en su entierro, una oración fúnebre que fue una obra maestra en su género.
...En cuanto a mí, si me es lícito, después de los demás, el venir a ofrecer los últimos deberes ante esa tumba, ¡oh príncipe, digno objeto de nuestras alabanzas y de nuestras tristezas!, viviréis eternamente en mi memoria: en ella se grabará vuestra imagen, no con aquellos rasgos de audacia que parecían prometer la victoria, no, no quiero ver en vos nada de lo que la muerte ha borrado aquí; tendréis inmortales rasgos en esa imagen; os veré tal cual os he visto el último día de vuestra vida bajo la mano de Dios, cuando parecía que comenzaba a mostraros el resplandor de su gloria. En esta forma os veré más victorioso que en Friburgo y en Rocroy, y arrebatado por tan bello triunfo, diré en acción de gracias estas hermosas palabras del discípulo amado: Et haec est victoria quae vincit mundum, fides nostra: «La verdadera victoria, la que postra a nuestros pies al mundo entero, es nuestra fe.»...
(Fragmento de la Oración Fúnebre al Príncipe de Condé compuesta por Bossuet y pronunciada el 10 de marzo de 1687 en la Catedral de Notre Dame de París)
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