Armas de Isabel de Farnesio como Reina Consorte de España
Diseño: Heralder
Isabel de Farnesio nació en la ciudad de Parma el 25 de octubre de 1692, siendo la segunda hija del príncipe heredero de Parma, Eduardo II Farnesio, que murió cuando ella tenía un año, y de la condesa palatina Dorotea Sofía de Neoburgo. Su infancia estuvo rodeada de opulencia y tuvo como tutor en un primer momento a su abuelo, el duque Renato II y, después, a su tío Francisco, su padrastro tras su boda con su madre en 1696. Su educación fue exquisita.
Las muertes sucesivas de su hermano mayor, Alejandro Ignacio (5 de agosto de 1693) y de su padre (6 de septiembre de 1693), la dejan como la tercera en la línea sucesoria del ducado de Parma, precedida únicamente por sus dos tíos, Francisco y Antonio farnesio, que reinarían en el ducado de Parma uno tras el otro, muriendo sin descendencia alguna. Esto convertió a Isabel en la única y legítima heredera de los estados tanto de los Farnesio como de los Médicis (vía su bisabuela paterna, Margarita de Médicis, en 1743.
Se casó en 1714 con el rey viudo de España, Felipe V, gracias a las buenas gestiones del obispo y cardenal italiano de Málaga, Julio Alberoni, al que ascendió a primer ministro a su llegada a la corte. Mujer de gran belleza, pese a las marcas que tenía en su cara, fruto de unas viruelas infantiles, poseía un cuerpo esbelto y atractivo, al tiempo que era acreedora de un fuerte carácter y una personalidad autoritaria que le otorgó una gran influencia en la corte de la época.
La reina Isabel de Farnesio retratada por Van Loo
En su cada vez más continuado aislamiento personal, Felipe V reducía su círculo personal, lo que convirtió a la reina Isabel en una pieza fundamental en la política del momento. Mientras el monarca caía en depresiones que lo sumían en una melancolía y desconsuelo cada vez más intensos, con un abandono cada vez más prolongado de su higiene personal en esos periodos, Isabel utilizaba todas sus influencias en pos de sus ambiciones personales para colocar a sus amados hijos en los tronos de Europa.
En 1724 abandonó el trono junto a su esposo para dar paso al reinado de Luis I, quien fallecería prematuramente ese mismo año, lo que obligo a Felipe V e Isabel a retornar al poder.
Durante su reinado como esposa de Felipe V formó una importante colección de arte; cada cónyuge marcaba sus cuadros con un símbolo dinástico diferenciado (la flor de lis, ella; y la Cruz de Borgoña el rey). Isabel se aficionó especialmente a los cuadros de Murillo, que compró en gran número. También fue esta real pareja la responsable de la compra de la colección escultórica de la reina Cristina de Suecia, que incluye el Grupo de San Ildefonso y las ocho "Musas" (todos ellos expuestos ahora en el Museo del Prado).
La Reina nunca mostró afecto, sino desdén, por sus hijastros. Para ella, los descendientes del primer matrimonio del rey con María Luisa Gabriela de Saboya constituían un escollo más para lograr su principal objetivo: dotar a sus hijos Carlos (futuro Carlos III) y Felipe, de un reino donde gobernar. Mientras Felipe V vivió, la relación entre Isabel y sus hijastros (sobre todo con el infante Fernando) se caracterizó por un continuo ninguneo mutuo, pese a una aparente cordialidad.
Isabel tampoco se reveló como una madre amorosa con los seis hijos que tuvo, ya que consumió todo su tiempo y energías en las intrigas políticas para, precisamente, forjarles ese brillante porvenir que tanto ansiaba para ellos.
Su política estuvo orientada a recuperar para la monarquía española los territorios italianos perdidos por el Tratado de Utrecht. Así, consiguió para su hijo Carlos (futuro Carlos III) el Reino de Nápoles y Sicilia además de dotar a su otro hijo, Felipe, del ducado de Parma.
Isabel de Farnesio con su hijo Carlos (III) en brazos
Cuando quedó viuda, su hijastro, Fernando VI, la desterró al Real Sitio de La Granja de San Ildefonso, en Segovia, aunque ella se construyó otra residencia cerca, el Palacio Real de Riofrío. En esos años de destierro, Isabel de Farnesio vivió dedicada a sus tareas privadas, pero siempre atenta a la evolución del reinado de su hijastro, y del estado de salud del monarca, muy especialmente tras la muerte de su esposa, Bárbara de Braganza.
Al morir Fernando VI sin descendencia en 1759 (después de caer en un período de depresiones cercanas a la demencia), subió al trono su hijo Carlos. De este modo, Isabel volvió a la corte, pero las continuas peleas y discusiones con su nuera, María Amalia de Sajonia, la hicieron volver a su exilio hasta el fin de sus días en la localidad madrileña de Aranjuez.
De su matrimonio con el rey Felipe V tuvo siete hijos:
- Carlos III (1716 – 1788), rey de España y antes de Nápoles y Sicilia.
- Francisco (1717). Fallecido al poco de nacer.
- María Victoria (1718 – 1781), reina consorte de Portugal, esposa de José I.
- Felipe (1720 – 1765), duque de Parma.
- María Teresa (1726 – 1746), esposa de Luis, Delfín de Francia (hijo del rey Luis XV).
- Luis Antonio (1727–1785), arzobispo de Toledo y cardenal, desde 1735 hasta 1754. Luego abandonó la vida eclesiástica.
- María Antonia (1729 – 1785). Esposa de Víctor Amadeo III de Cerdeña.
Felipe V e Isabel de Farnesio retratados por Van Loo
El 10 de julio de 1766 moría Isabel de Farnesio en Aranjuez. Fue enterrada junto a los restos de su difunto marido Felipe V en la Colegiata del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso (Segovia), concretamente en un mausoleo emplazado en la llamada Sala de las Reliquias.
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