Privado de autoridad y de hecho materialmente prisionero por la evolución política de la Revolución Francesa, Luis XVI tuvo que sancionar los decretos emanados de la Asamblea Constituyente. La llamada Constitución Civil del Clero (por medio de la cual se subordinaba la Iglesia al Estado) hirió la conciencia y el orgullo del soberano.
Desde el otoño de 1790, grupos de monárquicos comenzaron a planear su liberación. El Rey, incapaz de tomar una decisión comprometida, fue incitado por la propia reina María Antonieta a permitir plantearse la fuga de París.
El Rey y la reina erraban al medir cualitativa y cuantitativamente las causas que provocaron el estallido de la Revolución. Atribuían todos los infortunios al trabajo de una facción malévola, y creían que, si ellos podían escapar de París, una exhibición de fuerza de los Borbones, apoyados por los monarcas extranjeros, posibilitaría la restauración de su supremacía ante el pueblo. La Guardia Nacional de París trataba bien a la familia real y la protegió en muchas ocasiones de multitudes enfurecidas, pero estaban determinados a evitar su huída. Cuando Luis XVI intentó salir de las Tuillerías con dirección a Saint-Cloud en la Pascua de 1791, con el objeto de encontrarse con un sacerdote no juramentado (aquellos que no habían jurado la referida constitución civil), los miembros de la Guardia Nacional no lo permitieron. Mirabeau, que siempre había sido capaz de disuadir al Rey de buscar ayuda externa, había muerto el 2 de abril de 1971.
La fuga fue planeada y organizada por el conde sueco Hans Axel de Fersen, de quien se decía que era amante de la reina, así como los ojos, oídos y boca de Gustavo III de Suecia.
Aunque el plan estuvo bien organizado, se encontró con múltiples dificultades en los días en los que se llevaría a cabo. Originalmente Luis XVI partiría en un pequeño carruaje. Sin embargo, el monarca creía que él debería viajar en un carruaje hecho para reyes. Este carruaje habría despertado la curiosidad de cualquiera, lo que era la última cosa que la familia real deseaba. En segundo lugar, la familia expresó su deseo de hacerse acompañar por dos niñeras y el estilista de María Antonieta, Leonardo. La familia tuvo que retrasar su partida para tener a todos los que necesitaban con ellos. Al llevar a más personas de las necesarias, la familia era más difícil de ocultar.
Finalmente, en la noche de la fuga, la familia real, disfrazada, pasó al lado del Marqués de Lafayette. Si éste se hubiera percatado de quiénes pasaban a su lado, se habría dado cuenta de que trataban de escapar y los hubiera mandado arrestar inmediatamente. A pesar de todas las dificultades, la familia real fue capaz de emprender el viaje en su carruaje.
Manteniendo aparentemente una conducta inocua, y confiando a muy pocos sus planes secretos, en la tarde del 20 de junio de 1791 la familia real abandonó las Tuillerías, uno por uno, disfrazados. Un carruaje los esperaba en el bulevar para recogerlos en el camino hacia Châlons y Montmedy. Luis XVI dejó una declaración escrita quejándose del trato que había recibido y revocando su asentimiento a todas las medidas que habían sido tomadas.
Su desaparición fue descubierta a la mañana siguiente. Una enojada multitud que temía una invasión o una guerra civil acusó a Bailly, alcalde de París y al Marqués de Lafayette (jefe de la Guardia Nacional) de haber permitido la huida del Rey. Sin embargo, la Asamblea pronto controló la situación: incrementó su poder ejecutivo; encargó a Montmorin, ministro de Asuntos Exteriores, informar a las potencias europeas sobre sus intenciones pacíficas, envió comisionados para asegurar un juramento de las tropas a la Asamblea (en vez de al Rey) y ordenó el arresto de cualquiera que intentara huir del reino.
El Rey tuvo la mala fortuna de ser detenido, reconocido y arrestado en Varennes-en-Argonne en la tarde del 21 de junio de 1791. Los Guardias Nacionales le hicieron preso y las otras tropas presentes no hicieron nada para oponerse. Cuando Bouillé llegó a Varennes con tropas realistas, la cuestión estaba decidida y la familia real de regreso a París, bajo vigilancia.
Detención de la Familia Real en Varennes
Bouillé dejó al ejército y se las arregló para salir de Francia. El conde de Provenza, hermano de Luis XVI, que había planificado su salida del Francia más detenidamente, logró escapar a Bruselas, donde se unió a los émigrés.
Pétion de Villeneuve, Latour-Mabourg y Barnave, representando a la Asamblea, se encontraron con la familia real en Épernay y regresaron con ellos a París. Desde ese momento, Barnave se convirtió en consejero y partidario de la familia real.
Cuando llegaron a París, la multitud estaba en silencio. La Asamblea suspendió al Rey y mantuvo a la pareja real bajo custodia. Desde este punto en adelante, la posibilidad, no sólo de la deposición o de una forzada abdicación de este Rey, sino el establecimiento de una república, entraron al discurso político.
Grabado mostrando el retorno a París de la Familia Real
Finalmente el rey fue perdonado, basándose en la ficción de que no se había fugado, sino que había sido «raptado». A cambio Luis XVI se vió obligado a jurar la Constitución de 1791, que instauraba jurídicamente en Francia la Monarquía Constitucional. Esta decisión de perdonar al rey ahondó las diferencias entre los «patriotas».
Ya no era posible pretender que la Revolución se había realizado con el consentimiento del Rey. Algunos republicanos exigieron su deposición, otros su juicio por traición a la patria en favor de los enemigos extranjeros del pueblo francés. La desconfianza mutua entre los monárquicos y los republicanos se fue ahondando, con la guerra contra Austria de por medio, hasta los sucesos de agosto de 1792 cuando se produjo el asalto a las Tuillerías y la deposición del monarca. Meses después, Luis XVI era condenado a morir en la guillotina, siendo ejecutado el 21 de enero de 1793. La reina María Antonieta sufriría su misma desgracia el 16 de octubre de 1793.
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