Como anticipo de lo que será su próximo libro, tenemos el privilegio de publicar hoy un artículo de nuestro admirado amigo, el Dr. Salvador Larrúa-Guedes, que gentilmente nos ha remitido, y en el que glosa la figura histórica de Juan de Miralles, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de América; y la vital contribución española a la causa de esa independencia..
"Nadie desconoce que la independencia de los Estados Unidos se logró con ayuda extranjera. Realmente parecía imposible que los rebeldes de las Trece Colonias pudieran vencer a la poderosa máquina de guerra de Gran Bretaña. En un enfrentamiento los ingleses tenían una ventaja enorme, porque Inglaterra era una de las potencias mundiales más fuertes, y la población del reino alcanzaba los once millones, frente a los dos millones y medio de colonos de Estados Unidos, un quinto de los cuales eran esclavos negros. La armada británica o Royal Navy era la mayor del mundo y casi la mitad de sus buques participaron inicialmente en el conflicto con los nacientes Estados Unidos. El ejército era una fuerza profesional bien equipada y entrenada; hacia el año 1778, llegó a tener cerca de cincuenta mil soldados estacionados sólo en Norteamérica, a los cuales se añadieron 30.000 mercenarios alemanes en el transcurso de la guerra.
En cambio, los rebeldes tenían que empezar de cero. El Ejército Continental contaba con menos de cinco mil efectivos permanentes, apoyados por unidades de las milicias estatales de diferentes tamaños. En la mayoría de los casos estaban mandados por oficiales inexpertos y no profesionales. George Washington, el comandante en jefe, sólo había sido coronel de un regimiento en la frontera de Virginia y carecía de experiencia en combate. No sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca había dirigido un asedio a una posición fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido de las capas medias de la sociedad: había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial francés. Es más, “sucede con frecuencia que los colonos preguntan a los oficiales franceses qué oficio tienen en Francia”. No es de extrañar, pues, que los británicos pensaran que el ejército insurgente no era “más que una banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones” incapaces de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Tan grande parecía la diferencia entre ambos ejércitos, que un general británico llegó a decir que con mil granaderos podía “ir de un extremo a otro de Norteamérica y castrar a todos los hombres, en parte por la fuerza y en parte con un poco de persuasión”.
Esto significa que los rebeldes norteamericanos dependían del apoyo que pudieran recibir del exterior para conquistar la independencia de las Trece Colonias, y con esta victoria echar a andar la hermosa Constitución que ha servido de garantía para que nunca desaparezca de la faz de la tierra y se mantenga, en este país, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
El apoyo vino de Francia y de España. Francia aportó todo un ejército que llegó a sumar 10.000 hombres, el apoyo de su Armada y grandes financiamientos. España hizo lo mismo, y en realidad mucho más, pero no se habla de la ayuda española. Parece como si Washington y sus tropas mal armadas y desentrenadas sólo hubieran contado con el apoyo de los franceses.
El apoyo de España fue enorme. Los dominios españoles de América compartían una larga frontera con los Estados Unidos. A través de Nueva España y Luisiana, se podía enviar socorros directos a Washington. La isla de Cuba, situada apenas a 90 millas de la Florida, era una inmensa base de operaciones desde donde se podían lanzar grandes ataques a los territorios británicos de Norteamérica, y La Habana contaba con un astillero donde se reparaban y artillaban los barcos de la recién nacida escuadra norteamericana. De Cuba iban a salir, además, docenas de corsarios que
iban a dañar definitivamente el comercio inglés con norte y sur América. Por otra parte, las colonias españolas tenían grandes agrupaciones de tropas, sobre todo en Nueva España, en Cuba y en Luisiana, que podían intervenir y efectivamente intervinieron en la guerra.
Sin embargo, no se habla de la colaboración española. En los textos escolares no se menciona. Los textos oficiales de historia la minimizan, si es que la mencionan…
Imaginemos que España no hubiera dado su aporte a la independencia de los Estados Unidos. Supongamos una España neutral porque Carlos III decidiera no intervenir y no declarara la guerra a Gran Bretaña en 1779. ¿Qué hubiera sucedido entonces? ¿Qué habría pasado sin las iniciativas de Bernardo de Gálvez? ¿Sin la ayuda que dio el Conde de Aranda en forma de suministros y armamentos? ¿Sin participación de Francisco de Saavedra, que ayudó a obtener en La Habana los financiamientos que hicieron posible la victoria de Yorktown? ¿Si el rey Carlos III no hubiera nombrado a Juan de Miralles como su delegado y agente diplomático extraordinario y plenipotenciario ante el Congreso Continental?
¿Si el Almirante español Luis de Córdova no hubiera apresado dos grandes escuadras inglesas en aguas europeas, una de 75 y otra de 26 embarcaciones, que suman 101 en total? ¿Si los españoles no hubieran retenido miles de soldados ingleses en Gibraltar y Centroamérica, que no podían lanzarse contra Washington?
¿Si una corriente ininterrumpida de armamentos, artillería, bayonetas, pólvora, municiones, tiendas de campaña, uniformes, medicinas y provisiones de boca y de guerra no hubieran nutrido y pertrechado a los voluntarios de Washington a través de La Habana y Nueva Orleans? ¿Si los agentes españoles no hubieran alzado a los indios aliados lanzándolos contra la retaguardia de los destacamentos ingleses o emboscando los convoyes de armas y municiones? ¿Si toda la extensión del imperio español en América no hubiera asegurado por tierra las fronteras de Norteamérica impidiendo cualquier maniobra de los ingleses?
¿Si la retaguardia de los rebeldes no hubiera quedado protegida por la costa del golfo al sur y por el Mississippi al oeste, que fueron tomadas por Bernardo de Gálvez, que conquistó los fuertes ingleses de Manchac, Panmure, Natchez, Fort Bute, Mobila y Pensacola movilizando 7,000 soldados de los regimientos de España y de Cuba? ¿Si el Mar de las Antillas hubiera sido controlado por los ingleses, y las grandes islas españolas de Cuba y Puerto Rico, alejadas de la contienda, no hubieran colaborado con los rebeldes norteamericanos? ¿Si España no hubiera tomado Manchac, Natchez, Panmure, Fort Bute, New Richmond, Baton Rouge, Mobila y Pensacola? ¿Si el Mariscal de Campo Cajigal no hubiera tomado las Bahamas y ocupado New Providence? ¿Si los corsarios españoles y cubanos no hubieran destruido el comercio y los suministros apoderándose de miles de barcos mercantes británicos, más de 3500 mercantes ingleses apresados durante la contienda? ¿Si el reino de España y sus colonias de la isla de Cuba, la Luisiana y Puerto Rico no hubieran puesto en acción miles y miles de combatientes, y sus escuadras para luchar contra Inglaterra por tierra y por mar?
Las respuestas son tajantes y no admiten réplica. Definitivamente, Francia y Estados Unidos no hubieran ganado la guerra. George Washington, sus congresistas y sus generales, sólo con el apoyo de los franceses Lafayette, Rochambeau, el caballero de Luzerne y y el Conde De Grasse, el
alemán Von Steuben y el polaco Tadeusz Kosciuszko; no hubieran obtenido la victoria final. Hacía falta el coraje de los Mariscales de Campo Bernardo de Gálvez y de Juan Manuel Cajigal, los barcos de la Armada Real al mando de los Almirantes Luis de Córdova y José Solano, los trabajos de retaguardia realizados por Francisco Rendón y Francisco Bouligny, y no podía faltar la red de agentes de Juan de Miralles y sus gestiones personales, o la astucia de Fray Antonio de Sedella y el apoyo de Diego Gardoqui, ni la solidaridad de los comerciantes de La Habana que en seis horas completaron más de un millón de libras tornesas para que se pudieran pagar tropas y suministros y vencer en la batalla de Yorktown, con una suma de dinero que bastaba para sostener durante cuatro meses un ejército de 5.000 hombres, ni el flujo constante de material de guerra y de dinero que España hizo llegar a los voluntarios y las milicias de Washington.
En este libro se ha utilizado una copiosa bibliografía pero su mayor valor histórico reside en la base documental, además de documentos procedentes de Archivos españoles y cubanos, además de documentos inéditos, desconocidos hasta el presente, que aclaran muchos aspectos y desecan lagunas que han quedado como interrogantes o como afirmaciones escasamente fundadas en historias anteriores, además de ofrecer nuevas informaciones.
El resultado es el relato de la vida de un hombre que puso todo el poder de su inteligencia, toda la energía de su espíritu, la fuerza de su cuerpo e incluso su vida y su fortuna personal, para que los rebeldes norteamericanos pudieran alcanzar la victoria, y las grandes razones que tuvo para ello: la lealtad a su Patria, España, el afecto a sus grandes amigos norteamericanos, a los que entregó incluso su fortuna, y el deseo de derrotar al sempiterno enemigo inglés, al que combatió siguiendo el ejemplo de sus padres y abuelos.
Esta obra presenta, sobre todo, una verdad incontrovertible: la ayuda de España y sus colonias fue imprescindible para que las Trece Colonias conquistaran su independencia. Y en gran parte, esa ayuda dependió de un solo hombre: Juan de Miralles Traillon, el valioso agente del rey Carlos III ante el Congreso Continental y el propio George Washington, quien fue un personaje fascinante, un hombre clave que supo crear condiciones, coordinar acciones, y que por sus esfuerzos, sacrificios, disponibilidad y servicios más que extraordinarios, debe tener un sitio propio entre los Padres Fundadores de esta gran nación.
Sin embargo, en los Estados Unidos sólo existió un hombre capaz de valorar la dimensión completa de Juan de Miralles, y este hombre fue un ser humano de talla excepcional llamado George Washington, su gran amigo, quien en todo momento dio pruebas indiscutibles de su agradecimiento y de su inmensa amistad.
Sea este libro un acto de justicia, para Juan de Miralles y su amadas Patrias, España y Cuba, que sus páginas den cuenta de la verdad histórica y ayuden a conservar el recuerdo de sus hechos heroicos en este país que en gran medida fue libre por su esfuerzo, para futura memoria."
Dr. Salvador Larrúa-Guedes
En Miami, Florida, 9 de junio de 2016
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