Por su sincera emotividad y veraz doctrina, reproducimos hoy el texto de homenaje póstumo que nuestro gran amigo y hermano en San Lázaro, el Dr. don José María de Montells y Galán, ha dedicado al desaparecido 49º Gran Maestre. Atavis et Armis.
EL MARQUÉS DE ALMAZÁN, UNA VIDA DEDICADA AL HOSPITAL DE SAN LÁZARO
Por José María de Montells
"Cuando unos días antes de morir, me llamó por el móvil para decirme que estaba ingresado, malicié que se estaba despidiendo de mí. No me engañé y en cuanto volvió a su casa, dio el alma a Dios, dejándonos a todos los lazaristas sumidos en el dolor y la tristeza. En el terreno personal, para mí fue un mazazo porque, aunque esperaba el desenlace, no me lo figuraba tan repentino. Yo sabía que estaba mal, pero su viaje a Monreale me indujo a pensar que podría resistir el envite de la enfermedad durante más tiempo. Luego supe que, plenamente consciente de lo que le ocurría, quiso peregrinar para pedir a la Virgen su recuperación. No ha podido ser, Dios le ha reclamado junto a él y nuestro Gran Maestre ya estará gozando de la amistad del Padre. Fue, y yo le conocí bien, un hombre de fe que influyó en el ideario de la Orden, en su empeño de oficializar las tres virtudes teologales como la verdadera columna vertebral del trabajo caballeresco.
En el contexto de su fallecimiento, me parece imprescindible volver la vista atrás y repasar su actuación como la autoridad suprema del Hospital lazarista. Hay que decir que, siendo extremadamente amable, paciente y bondadoso de carácter, tenía muy claro su papel, ejerciéndolo con determinación y firmeza admirables. Frente aquellos que deseaban un Gran Maestrazgo hierático y equidistante, en la tradición anglosajona del “reina, pero no gobierna”, el marqués de Almazán siempre se mostró partidario de ejercer el poder en plenitud, sin concesiones a la galería, con plena responsabilidad y compromiso personal. Tenía muy claro que una orden de caballería no es un club democrático y que el Hospital de los pobres leprosos necesitaba de un ejecutivo fuerte, capaz de sortear los peligros a los que se enfrentaba.
Según sus propias palabras:
En la actualidad, las órdenes de caballería no son ni pueden ser sociedades democráticas ni organizaciones de caridad, ni clubes de indolentes nostálgicos, ni asociaciones de ridículos vanidosos, son agrupaciones religiosas jerarquizadas formadas mayoritariamente por laicos, con fines benéficos de asistencia socio-hospitalaria. Aunque bien es cierto que, en el mundo moderno, la tarea de las órdenes militares no puede limitarse a una acción caritativa, sino que es menester recuperar para la sociedad principios que ésta necesita de modo imperioso mediante una labor intelectual y formativa……
Cuando acepté las responsabilidades inherentes a la dignidad de Gran Maestre, prometí por mi honor y juré por Jesucristo Nuestro Señor, ejercerlas en plenitud, con paternal dedicación y en consonancia con mis predecesores, escuchando a unos y a otros, sin someterme nunca al dictado de intereses espurios. El mantenimiento de la Unidad de la Orden, que es un valor supremo, requiere de un mando único, firmemente comprometido con las tradiciones de la Caballería y dispuesto en todo momento a gobernar con voluntad de servicio a los supremos ideales del lazarismo.
Sustituir a su primo, el duque de Sevilla no fue tarea fácil. Don Francisco de Borbón había conseguido, entre otros muchos éxitos, la reunificación de la religión lazarista y a don Carlos Gereda le correspondía consolidarla, pese a las maniobras torticeras del príncipe Charles Philippe de Orleans, falso duque de Anjou, elegido Gran Maestre ilegítimo por una exigua facción de los caballeros franceses expulsados por el duque de Brissac, antiguo Maestre de la llamada Obediencia de París. Con grandes dotes de entusiasmo y habilidad, el marqués de Almazán logró aislar a los grupúsculos que discutían su liderazgo, imponiendo a todos, la gozosa realidad de una orden pujante y unida. Al último intento centrífugo de división a cargo de don Sixto de Borbón de Parma, contestó el Gran Maestre y el propio don Francisco de Borbón, a la sazón Gran Maestre Emérito, con un cordial encuentro entre los tres, al que no se llegó acuerdo alguno.
Con relación al funcionamiento interno del Hospital, don Carlos Gereda impulsó un nuevo Consejo Magistral como órgano consultivo, a cargo de Ronald Hendriks como Gran Comendador y, retomó el Secretariado Internacional de Cámara y Gobierno del Gran Maestre, nombrando un nuevo presidente en la persona del académico y escritor don Juan Van Halen, antiguo canciller. En el Gran Priorato de España, contó con la inestimable ayuda, como Gran Prior, del marqués de La Lapilla y a la renuncia de éste, con el marqués de Ariza, que sigue en el desempeño del cargo. También desarrolló una política de nuevos nombramientos en las distintas jurisdiccionales nacionales que fructificase de manera muy notable en Portugal, en Francia, en Reino Unido y en EEUU.
Es muy de destacar su gran preocupación por reforzar el ejercicio de la caridad, estableciendo una Fundación Internacional de San Lázaro con sede en Madrid que canalizará en el futuro todas las actuaciones hospitalarias de la religión. En el terreno cultural, Gereda apoyó todas las actividades académicas de la milicia lazarista y la publicación de libros y revistas, todos ellos encaminados a dar a conocer la rica historia de nuestra orden. En el ámbito estrictamente religioso, sus iniciativas se materializaron en las peregrinaciones internacionales bianuales y la creación de un Consejo Asesor Espiritual, presidido por el Gran Prior Eclesiástico, monseñor Pennisi. Inquieto y vitalista, el Gran Maestre cuidó la imagen externa de la milicia lazarista, dotándola de un nuevo uniforme, de corte militar, que recuperaba el luto por la pérdida de los Santos Lugares y desarrollando una serie de encuentros con las más variadas y distintas personalidades que van desde SS el Papa o SM el Rey Padre al duque de Anjou, con la única finalidad de informar de los logros de nuestra religión.
He sido testigo de sus anhelos y de sus éxitos que, siendo muchos, nunca utilizó para la altivez o la jactancia. Como persona, don Carlos Gereda se hacía querer por su delicadeza y bonhomía. Cercano y cariñoso en el trato, estaba dotado de una gran simpatía. Muy familiar, adoraba a su mujer y sentía debilidad por sus sobrinos. En el padecimiento de la enfermedad que ha acabado con su vida ha dado muestras sobradas de una profunda religiosidad, legando a todos, el ejemplo de una vida consagrada a los objetivos caritativos de nuestra querida orden. Guardo para el recuerdo, todos los detalles que tuvo conmigo, su complicidad en tantas cosas y el preciado regalo de su amistad. Don Carlos Gereda de Borbón era de esas personas a las que no se puede olvidar y huelga decirlo, uno no quiere olvidar. Que Dios le tenga en su gloria."
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