Armas de la ciudad de San Sebastián en 1884
A mi querido amigo Fernando Martínez Larrañaga, justamente orgulloso de las bellezas e historia de su tierra
La Guerra de la Independencia en España ha alcanzado su fase final. Un día después de su derrota en Vitoria, el 22 de junio de 1813, y mientras el grueso del ejército napoleónico en retirada cruzaba la frontera, el general francés Emmanuel Rey se hizo cargo, con 2.600 soldados, del mando de la plaza de San Sebastián. Los aliados, las tropas anglo-portuguesas, bajo el mando directo de Sir Thomas Graham y teniendo por generalísimo al Duque de Wellington, con un fuerte contingente de tropas y armas, sitiaron y dejaron aislada a la ciudad.
Desde este momento y hasta la toma de San Sebastián el 31 de agosto, se dan, por ambas partes, los movimientos tácticos previos al combate. Mientras los franceses desalojan de la plaza a millares de afrancesados que se habían allí refugiado, invitan a la población a evacuarla, toman el convento de San Bartolomé e incendian las casas extramuros. Las tropas anglo-portuguesas van cerrando el cerco y posicionando todas las baterías.
El primer asalto a la ciudad se produce el 25 de julio, una vez que han considerado que los proyectiles lanzados han abierto una brecha suficientemente amplia, asalto que es rechazado por los franceses produciendo numerosas pérdidas a las tropas anglo-portuguesas.
El Duque de Wellington en un retrato de Goya
El 4 de agosto, veintiún vecinos que habían podido salir de San Sebastián antes de producirse el sitio, envían al Duque de Wellington una exposición de la situación en la que se encuentra la plaza, debido al asedio, e interceden por sus vecinos y por la propia ciudad. Dicha nota nunca llegó a manos del generalísimo inglés, pues el general español, Álava, no lo consideró oportuno.
A las dos de la madrugada del 31 de agosto de 1813, y después de varios días de intenso bombardeo, en que se logra un mayor ensanchamiento de la brecha (la misma por donde entraron en 1719 las tropas francesas), se inició la operación de asalto formada por una columna de voluntarios, denominados "los desesperados". Estos, cuando llegaron a la parte alta de la brecha abierta en la muralla, se encontraron con la sorpresa de hallarse a cuatro metros de altura sobre el suelo del interior de la misma, aprovechando los franceses este desconcierto para acribillarlos sin titubeos.
Los ingleses bombardean la ciudad
Cuando una nueva retirada parece lo más acertado, un incendio fortuito y el estallido de un depósito de munición francés crea la confusión. Este hecho es aprovechado por los asaltantes, obligando a replegarse a las tropas francesas hacia el Castillo, donde capitularán el 8 de septiembre.
En este período la tropa aliada incendió, saqueó, violó y asesinó. El saqueo duró seis días y medio, salvándose del incendio sólo las dos parroquias y treinta y cinco casas, situadas en la calle Trinidad, que por tal motivo en la actualidad lleva el nombre de 31 de agosto. Estas casas no fueron quemadas porque servían de alojamiento para los oficiales británicos y portugueses, mientras iniciaban el ataque al Castillo.
El censo de habitantes, que antes del asedio ascendía a unos 5.500, había descendido a 2.600.
Dos lápidas se pusieron con motivo de aquel triste suceso, una en la entrada de la calle San Jerónimo, en la que se culpa claramente a los aliados, y otra que fue descubierta por el embajador del Reino Unido en el patio de armas del Castillo, el 31 de agosto de 1963.
Asalto a La Brecha
Los vecinos más representativos se reunieron en las afueras, en Zubieta, y decidieron reconstruir la ciudad.
Digno de resaltar, en esta labor de reconstrucción, será el arquitecto Pedro Manuel de Ugartemendía. En 1816 se aprueba la planta definitiva y se producirá un enfrentamiento entre militares y civiles, sobre cómo debía plantearse la ciudad, sobre la conveniencia o no de mantener las murallas como elemento defensivo. La obra se hará bajo la protección del rey Fernando VII, quien mantendrá las murallas.
Recreación histórica de los hechos
Foto: José Mari López
El crecimiento demográfico donostiarra, 9.000 vecinos en el casco urbano, generará serios problemas de hacinamiento a quienes viven dentro de sus murallas. Ya durante el reinado de Isabel II se vivieron tensas polémicas entre la administración civil de estado y los militares, que se aferraban a mantener las murallas. Sin embargo, gracias a la intercesión de los generales Prim y Lerchundi se logrará que llegue la orden de derribo de las murallas. Esta será enviada al alcalde Eustasio Amilibia, quien estando en el Teatro Principal, recibe un telegrama del duque de Mandas, comunicándole el acuerdo del Gobierno accediendo al derribo de las mismas.
El 4 de mayo de 1863, a los acordes de una marcha expresamente realizada para tal acontecimiento, se procedía a quitar la primera piedra de la murallas que, hecha pedazos, se repartirá entre los invitados de primera fila.
Terminada su etapa como fortaleza, San Sebastián pasará a cumplir más plenamente la función de capital de la provincia de Guipúzcoa, comenzando su expansión reflejada en el Plan de Antonio Cortázar. Este plan urbanístico generará fuertes polémicas entre los partidarios de un bulevar o alameda que separe lo antiguo de lo nuevo (bulevaristas) y los no partidarios (antibulevaristas).
Plano del Ensanche de Cortázar, finalizado en 1913
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Para conmemorar los hechos acaecidos en 1813, un siglo después, al cumplirse el primer centenario, se acuñó la Medalla Conmemorativa del sitio, asalto y saqueo de San Sebastián. Fue aprobada por Real Decreto de 7 de junio de 1913, reinando S.M. el Rey don Alfonso XIII.
Se concedió a los descendientes directos de los vecinos de San Sebastián que, congregados en Zubieta los días 8 y 9 de septiembre de 1813, acordaron la reedificación de la ciudad, y a cuantas personas hayan contribuido de algún modo relevante a las fiestas del centenario e inauguración del monumento conmemorativo de la efeméride.
Se trata de una pieza acuñada en oro y en plata, circular, en cuyo anverso se muestra una alegoría de la ciudad de San Sebastián, representada como una matrona clásica que porta corona mural en la cabeza y un ramo de olivo en su mano izquierda. Con la derecha sostiene el escudo donostiarra. Todo ello recortándose sobre la bahía de Donosti y la ciudad en llamas. A la izquierda se aprecia el célebre caserío Aizpurua de Zubieta con un sol naciente tras él, símbolo de la reunión en la que, tras sopesar las diferentes posibilidades existentes (entre las que figuraba abandonar el emplazamiento y reconstruir la ciudad en otro lugar), los vecinos decidieron reedificar en el mismo emplazamiento. Le acompaña una data: "VIII Septiembre MDCCCXIII" y una inscripción en el exergo que dice: "SI NUEVOS SACRIFICIOS FUESEN NECESARIOS NO SE VACILARÁ UN MOMENTO EN RESIGNARSE A ELLOS".
Una paloma con las alas abiertas sirve de unión entre la Medalla y su anilla.
Anverso de la Medalla de Oro
Foto: www.coleccionesmilitares.com
El reverso muestra el Monumento conmemorativo del Centenario con la ciudad y el mar al fondo. Le rodea la inscripción: "CENTENARIO DEL XXXI DE AGOSTO DE MDCCCXIII". En el exergo palma de olivo frutada con la data del centenario: "MCMXIII".
Reverso de la Medalla de Plata con una cinta no oficial
Foto: www.todocoleccion.net
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